Releyendo el texto dedicado a José Antonio Méndez en Kabiosiles. Los músicos de Cuba, de Ramón Fernández-Larrea, recordé una delirante anécdota con el autor de “Ese sentimiento que se llama amor”. Ocurrió a finales de los años 80, apenas unos meses antes de que una ruta 132 doblara a toda velocidad por la esquina de 23 y M.
El poeta Luis Lorente, ese matancero invencible y habanero imperdible que ha escrito algunos de los mejores poemas de su generación, fue invitado a un evento cultural en Santiago al que también asistió José Antonio Méndez, probablemente el poeta con más feeling que ha tenido Cuba.
A los dos los hospedaron en el Casa Granda, el majestuoso hotel que fue propiedad de los Ferrocarriles Consolidados. Luis hizo el check inn a primera hora de la mañana y supo que le había tocado la misma habitación que José Antonio. “El señor Méndez tiene la llave —le dijo la carpetera—. Él ya subió”.
Encontró la puerta abierta. El ventanal hacia el parque también estaba abierto. La bulla de la ciudad llegaba hasta allá arriba. Las dos camas aún permanecían tendidas. Pero sobre una había un pequeño maletín y el estuche de una guitarra. Luis llamó varias veces: “¡El King! ¡El King! ¡El King!”, pero nadie respondía.
Entonces descubrió dos pies que sobresalían por debajo de la cama del maletín y el estuche. Cuando Luis Lorente se sorprende, abre las dos manos, las lleva a la altura de los hombros y empieza a dar pequeños pasos sin moverse del lugar. Eso hizo.
—¡Coño, José Antonio, ¿qué tú haces metido debajo de cama? —preguntó asombrado.
—Co co cojone, por por por eso yo decía que que que el techo estaba ba ba bajito con pinga —respondió el autor de “La gloria eres tú”, con su inconfundible tartamudeao y varios rones encima.
Poco después, el 10 de junio de 1989, una ruta 132 dobló a toda velocidad la esquina de 23 y M. Un hombre trasnochado que iba pasando la calle con un estuche de guitarra en la mano, no pudo esquivarla. Murió en el acto. Era José Antonio Méndez.
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