21 enero 2021

Nunca he llegado a la cima

Nunca he llegado a la cima de una montaña. Aunque mi padre me llevaba de niño a montear por las lomas que rodean el lago Hanabanilla, jamás tuvimos la intención de llegar a lo más alto. Tampoco lo hice durante los años que estudié en una escuela al campo en el Escambray.
Ni siquiera coroné la loma de La Rioja, una pequeña elevación de apenas 180 metros que domina la línea del horizonte en el Paradero de Camarones. En República Dominicana he tenido varias oportunidades de enrolarme en expediciones al Pico Duarte, el techo del Caribe insular (3.098 m s. n. m.). 
Pero por una razón o por otra, siempre he desertado. En las montañas, como en muchas otras cosas en mis 53 años, siempre me he quedado a medio camino. Ayer, Ana Rosario y Tom se levantaron con la ilusión de escalar el Mogote (1.550 m s. n. m.), la montaña más alta de Jarabacoa.
Descargaron la ruta desde una aplicación y cargaron una mochila con agua y snacks. Los llevé en el buggie hasta la puerta del Monasterio Cisterciense, donde comienza el sendero. “¡Cuídame a mi niña!”, le pedí a Tom. “Con mi vida”, respondió Tom con su español estricto y literal.
Tres horas después me enviaron una foto desde la explanada que tiene el Mogote en lo más alto. “¡Llegamos!”, fue lo único que escribieron. Casi a las cinco de la tarde me avisaron que ya estaba llegando al Monasterio. Como no los encontré, empecé a subir el sendero.
“¡Nenéee!”, grité cuando avancé un buen trecho. “¡Papáaa!”, me respondió desde muy cerca. “Oírte ha sido mi el momento más feliz del día”, me dijo minutos después. Luego me arrepentí de haber mirado a Tom como lo hice en ese momento. Pero no pude contenerme, tuve que capitalizar esa frase.
En la noche, entre cervezas y rones, nos proyectaron en una pantalla las fotos y los videos que hicieron durante el trayecto. En uno de los videos, se oye a Ana Rosario decirle algo en inglés a Tom. Les pedí que lo repitieran. “Aquí huele al pueblo de mi padre”, es, más o menos, lo que dice.
Luego, en español, dice que “quiere su medalla de guajira”. Nunca he llegado a la cima de una montaña, pero he logrado algo que me produce mucho más orgullo: ver a mi hija hacerlo.

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