El Central Constancia es un punto cardinal de mi infancia, como Hormiguero, Andreíta, San Agustín, Santa María o Portugalete. Todos esos nombres eran fábricas de azúcar de caña que había alrededor del Paradero de Camarones. La única diferencia es que a Constancia, Enrique Jorrín le había escrito un danzón.
Me permite señorita
bailar esta con usted.
desde allí la había observado.
baila usted muy bien, muy bien.
Haremos una pareja
muy difícil de igualar.
Envidioso todo el mundo
se pondrá al vernos bailar.
Pero olvidemos al mundo
que al fin no tiene importancia,
bailemos en el Constancia
hasta que se acabe el mundo.
Esas palabras, cantadas con un violín de fondo, eran mi mayor recuerdo de ese hilo de humo que uno veía al acercarse al pueblo de Abreus. Pero años más tarde supe que la familia de Marianela Boán, uno de los seres creativos que más me ha importado de todas las Cuba que conozco, es de allí.
Desde entonces siempre asocio, geografía y danzón, a ella. Desafortunadamente, nunca podré hacer con ella una “pareja muy difícil de igualar”. Mi hermano Alejandro Aguilar no solo se me adelantó, sino que acaparó todo el amor que era capaz de producir el corazón de una de las artistas más importantes de mi país.
Facebook hoy me recuerda la foto en que me etiquetaron con Marianela Boán y yo, sin poder evitarlo, me intrinqué por mi provincia. Enrique Jorrín iba conmigo, por el más inexplicable mapa, en busca del Central Constancia.
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