Amanecimos con 11 grados. Eso, para un guajiro del Paradero de Camarones, es un frío atroz. Como ahora la cocina está fuera de la cabaña, en las madrugadas debo atravesar un helado pasillo antes de volver a encerrarme entre cristales. Aprovecho la llama del café para librarme del impacto de la intemperie.
Poco después llega Diana y entre los dos hacemos el desayuno. Ella anoche se desveló y se puso a ver en Netflix un documental sobre personas que han vuelto a la vida después de atravesar el túnel de la muerte. Me contaba una experiencia que tuvo alguien con un ave, cuando oímos un golpe.
Ya conocemos muy bien ese terrible sonido. Un cuatro ojos había chocado contra el cristal y, afortunadamente, logró sujetarse en la caída de un gajo del palo amarillo. Mientras le daba calor entre mis manos, Diana cortó la rama. Lo pusimos en la baranda de la terraza y poco rato después levantó el vuelo.
Durante el desayuno, Diana me siguió contando fragmentos del documental. Entonces pensé que nosotros ahora éramos parte de la experiencia de un cuatro ojos que atravesó el túnel de la muerte y volvió a la vida. Después del segundo café volvimos a la cabaña.
No somos quienes para hablar de frío, menos ahora que la tormenta Filomena ha dejado a toda Castilla bajo hielo. Aún así, para un guajiro del Paradero de Camarones, cruzar una corriente de aire de 11 grados es un acto heroico. Hasta el cuatro ojos puede servirme de testigo.
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