Este video contiene, a la vez, una de mis más grandes frustraciones y una de mis mayores alegrías. Entre esos dos sentimientos, hay un pequeño ataque de celos. Mi hija Ana Rosario nació en 1993. Una enorme y pesada bicicleta china era el único medio de transporte a nuestro alcance.
En aquella bicicleta, Ana Rosario viajó todos los días a la escuela (primero al Círculo Infantil Artilleritos, donde la madre de Vanito Brown cuidaba de ella, y luego a la Primaria UIE, en 13 y 4). Aunque rodó todo El Vedado y media Habana en ella, nunca pudo aprender a montar sola aquel armatoste.
Luego, ya en Santo Domingo, siempre hubo otras prioridades y nunca pude enseñarle algo tan necesario. Ella debió pasar el fin de año con nosotros en Santo Domingo, pero se quedó atrapada en casa de su novio en Londres. “27 años después”, me puso en WhatsApp antes de enviarme el video.
Por fin mi hija aprendió a montar bicicleta. Aunque Tom se llevará el crédito de haberla enseñado (lo cual, como reconocí al principio, me mata de celos), me hace muy feliz verla pedalear. Mañana a primera hora le echaré aire a las gomas de la bicicleta que tenemos en la Loma para que esté lista cuando ella llegué.
Aún estoy a tiempo de enseñarle los trucos que ella me vio hacer en el Vedado, cuando tenía que lidiar con las empinadas cuestas de El Vedado con ella en un asiento de madera y su madre en la parrilla. Ya es una mujer, pero para mí sigue siendo aquella niña que le aterraba rodar por las calles de adoquines.
—¡Silecio! —Exigía con sus manitas aferradas al timón de la bicicleta china— ¡Hemos llegado a los aboquines!
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