Si no quieres que te pasen gato por liebre, como en Roma, que te presentan una insufrible imitación del neorrealismo italiano como si estuviéramos en 1960 y no en 2018, te propongo que veas The Rider.
Contada con un lenguaje de hoy y propio (el de Roma es prestado), Chloé Zhang filma (y firma) una verdadera joyita en tiempos donde casi todas las alhajas acaban siendo de fantasía.
The Rider es una de las películas más conmovedoras y creíbles que he visto en los últimos años. A caballo (literalmente) entre la ficción y el documental, cuenta la historia de un joven vaquero que, tras un terrible accidente, debe renunciar a su sueño de convertirse en una estrella de los rodeos.
Brady Jandreau, el protagonista, se interpreta a sí mismo. No es un actor, es el vaquero de la historia. Igual que su padre Tim (un alcohólico adicto al juego) y su hermana Lilly (autista). Eso no quiere decir que veremos aficionados en escena. Ningún actor podría hacer sus personajes con más credibilidad que ellos.
A diferencia de Alonso Cuarón, que trató de embutirnos la realidad con la lentitud que se baldea una casa, Chloé Zhang demuestra que la vida cotidiana puede tener ritmo y, sobre todo, estar llena de poesía.
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