Diana no tiene tiroides y yo tengo Trastorno Obsesivo Compulsivo de la Personalidad. Somos una tormenta perfecta. Hasta el más optimista hubiera apostado que en menos de tres años lograríamos destruirlo todo. Siete años después, sin embargo, seguimos construyendo.
A los pocos meses de habernos conocido le diagnosticaron cáncer. Las semanas que nos pasamos en Coral Gables, previas a la operación, debieron ser dramáticas y tensas. Pero, vistas en la distancia, acabaron siendo una singular luna de miel. Una larga cicatriz en su cuello nos la recordará para siempre.
“Miami”, la canción de Calamaro, resume muy bien aquellos días: “Vivo el mejor tiempo de mi vida,/ transformaste mi pena en poesía,/ ahora puedo lo que no podía,/ y también quiero eso que no quería./ Gracias por tu confianza/ y por tu inteligencia/ por toda tu belleza, amor”.
Acabamos riéndonos de las cosas más serias y nos tomamos muy en serio todo, incluso las bromas. Como cualquier otra pareja, hemos tenido problemas, situaciones y discusiones difíciles, incluso graves. Pero nada que el Synthroid o el Brugal Extra Viejo no pudieran remediar.
Hace tres días que estamos solos en la Loma de Thoreau. Ayer en la tarde, un enorme arcoíris se armó sobre nuestras cabezas. Iba desde la otra orilla del Yaque hasta el Mogote. Salvo una breve visita que le hicimos a Mario Dávalos, hemos compartido el resto de nuestro tiempo con la neblina.
Tenemos muchos propósitos para 2019. Comenzaremos a trabajar en ellos desde los primeros días de enero. Pero lo que más nos ilusiona es seguir disfrutando de la vida juntos. Sembrar lo que podamos cosechar y estar siempre atentos para que no nos perdamos ninguna de las maravillas que nos pasen por delante.
No hay mayor riqueza que tener tiempo suficiente para pararse debajo de un arcoíris y esperar a que la lluvia o la noche lo borren.
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