En
septiembre de 1979, mi abuela Atlántida me puso un uniforme azul y me subió en
una silla para corregir los dobladillos. Con la boca llena de alfileres me
pedía que no me moviera. Unas pocas horas después ya estaba lejos de casa,
junto a mis futuros compañeros de aula, en la orilla del lago Hanabanilla.
De
allí nos llevaron en barco hasta una empinada loma por la que subía un trillo
de lodo. Fue así que llegamos al lugar donde pasaría los próximos dos años de
mi vida: la Escuela Secundaria Básica en el Campo de El Nicho, en el corazón
del Escambray, la región montañosa que hay en el centro de Cuba.
Frente
al comedor había estacionada una flota de vehículos: dos camiones Zil 157, una furgoneta
Uaz 452 y un jeep Uaz 469. Eran carros de guerra fabricados en la Unión
Soviética y todos estaban pintados de verde olivo. Por ellos empezaba el
carácter marcial de aquel campamento. A la furgoneta le decíamos Uasabita; al
jeep, Burro; a los camiones, Zil del Guerra.
De
ahí en adelante, un viernes sí y un viernes no, saldríamos en el lomo de
aquellas máquinas camino a casa. Íbamos envueltos en una nube de polvo. Había
dos puntos críticos, la Loma de los Músicos y la Loma de Blanco, donde teníamos
que bajarnos para aliviar la lucha de los choferes con el lodo y los abismos.
Ha
sido el lodo quien me ha hecho recordar aquellos aparatos. En el norte de
República Dominicana, durante las últimas semanas, han caído las mayores
lluvias de los últimos 60 años. Eso ha hecho casi intransitable el camino a la
Loma de Thoreau.
Hace
unos días, mientras volvíamos al pueblo, Diana y María se bajaron del Jeep para
aliviar mi lucha con el lodo y los abismos. Cuando me quedé solo dentro de
Serafín —nuestro Overland—, pensé en César y El Rubio, los choferes de los Zil
de Guerra.
Nunca
tuvieron un accidente. Siempre supieron llegar al otro lado de aquellos retadores
obstáculos. Cuando Diana y María volvieron al Jeep, me felicitaron por el éxito
de mi maniobra. Quise decirles que le dedicaba mi “hazaña” a César y El Rubio,
pero hubiera tenido que hacerles un cuento muy largo y ellas estaban cansadas.
No
sé si aún viven. Donde quiera que estén, les mando un abrazo. Ellos también tienen
una cuota de responsabilidad en mi pasión por las montañas, en mi amor por la
Loma.
2 comentarios:
Qué memoria! ?sabían ustedes de niños las marcas de los camiones rusos? :-0
Si, tampoco es que fueran demasiados modelos.
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