El
jueves pasado dormí solo en la Cabaña de Thoreau (en la tarde del viernes bajé
al pueblo a buscar a Diana. Llegó en autobús, muerta de frío y feliz del viaje
que había hecho). Por una avería, no había electricidad. A la luz de una
lámpara me hice unas salchichas, me bebí dos rones y leí cosas de Sam Shepard.
Me
levanté a las 5. Colé un café Bustelo y me fui a caminar por el bosque. Nuestro
gato Barbieri, como si fuera un perro, me seguía los pasos. Cuando volví quise
escribir algo sobre pies secos y pies mojados, también sobre la resignación de
los cubanos a que sean otros los que decidan nuestro destino y el futuro de
nuestros hijos.
Pero
me puse a mirar un arriero (los dominicanos le llaman pájaro bobo) que bajaba
con torpeza desde lo alto de un pino, mientras perseguía a un bellísimo lagarto.
Los cubanos varados en los aeropuertos, las selvas y el mar. El lagarto ya en
el pico del ave.
Anoté
la temperatura. 12 grados Celsius. Al final ese dato fue lo único que quedó por
escrito. Sin querer, así fue que logré el primer post de 2017… y en muchas
semanas.
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