Como
una serpiente acorralada,
el
Ciego Laya muerde
al
parque de Manicaragua
y
huye entre las hierbas
hasta
perderse en el Arimao.
De
niño, cuando cruzaba
su
viejo puente de madera
de
la mano de mi padre,
conocí
al vértigo
y
escuché los crujidos
de
una época que se podría
al
resistero del sol.
Un
sábado en la noche,
poco
antes de que los años setenta
se
fueran de Cuba para siempre,
bajé
al Ciego Laya
con
la hija del panadero.
Su
cuerpo desnudo
se
reflejó en el hilo de agua.
Había
luna llena
y
un tenaz aire frío.
Así
fue que abandoné a mi infancia.
Supongo
que huyó junto al Ciego Laya,
entre
las hierbas,
hasta
perderse en el Arimao.
*Este es uno de los primeros poemas que escribí. Lo acabo de encontrar en un viejo archivo, data de mis años en la Escuela de Arte (Wichy García Fuentes, es un testigo de excepción de la época a la que me refiero) y es un verdadero milagro que llegara hasta nuestros días.
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