Todas
las madrugadas, a la misma hora que pasaba por Camarones el tren de Cienfuegos
a Santa Clara, me hago el primer café del día. Mientras vigilo la cafetera,
abro Diario de Cuba. Por ahí comienza
mi proceso de readaptación al mundo y a sus tragedias cotidianas.
Hoy
di con una noticia sobre Yisel Venegas. No he conocido a muchos con mi
apellido, por eso leo todo lo que aparece en la prensa sobre ellos
(salvo que se trate de Julieta, claro está). Yisel se fue de Cuba embarazada y
desesperada. Ella y su esposo vendieron todo lo que tenían y lograron llegar hasta
el aeropuerto de Georgetown, en Guyana, donde los esperaba un coyote.
En
una fonda caminera, entre la vía de Medellín a Turbo, ella asegura que el
anuncio de Obama mató sus sueños. Siento mucho la dramática situación en la que
se encuentra esa cubana (quien, a lo mejor, es un lejano familiar mío), me
gustaría hacer algo por ayudarla, pero creo que se equivoca en algo.
No
fue Obama quien mató sus sueños. Ella nació con los sueños muertos. El asesino
de sus esperanzas yace (¡por fin!) debajo de una piedra que es celosamente custodiada
por un soldado inmóvil. Él y su dictadura son los únicos responsables de que
los cubanos prefieran lanzarse al mar o atravesar una selva y más de seis
países por tal de escapar de la vida que viven.
Insisto,
siento mucho el drama de Yisel, su situación me produce algo parecido a la
falta de aire, pero creo que de una vez y por todas debemos dejar de culpar a
otros de nuestras propias culpas. Ya está el café. Seguramente el tren de
Cienfuegos a Santa Clara hoy tampoco pasó por Camarones.
Me
dijeron que dicen que no hay combustible, ni locomotoras, ni esperanza.
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