De izquierda a derecha: Serafín (mi padre), Paulino y Cipriano (mis tíos). Sentado, Lázaro (mi abuelo). |
Los Venegas se
extinguieron
como el oso
mexicano,
los delfines
del río Chino
o el ciervo de
Schomburgk.
Las mujeres perdieron
la memoria y las
ganas de vivir,
los hombres resultaron
tener un
corazón de cristal.
Sus nombres, muy
raros
y siempre
compuestos,
no alcanzaron
a mi generación.
La elegancia
rural de su apellido
quedará suprimida
cuando
nuestras hijas den a luz.
Fueron
mambises,
carreteros,
bodegueros,
desmochadores
de palmas,
guerrilleros,
maquinistas de
la marina mercante
y,
por encima de
todas las cosas,
borrachos
empedernidos.
Conservo una
foto donde los varones
posan junto al
viejo Lázaro.
Más que un
padre
junto a sus
hijos,
parecen una
manada.
Paulino,
Serafín y Cipriano
miran a la
cámara con arrogancia,
convencidos de
que Cuba
era el lugar
perfecto
para perpetuar
su especie.
Los Venegas se
extinguieron
como el oso
mexicano,
los delfines
del río Chino
o el ciervo de
Schomburgk.
Ninguno pudo
intuir
la
desaparición de su hábitat.
Todo sucedió
de golpe:
Un día el
último de ellos
salió a su
portal
y ya no
reconoció a La Habana.
Ni siquiera es
posible localizar sus tumbas.
Se borraron
como se borra todo
lo que la
humedad inhabitable de la Isla
hiere mortalmente, ahoga o derriba.
1 comentario:
Tienes el porte de tu padre, sin duda.
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