La
inmensa mayoría de los recuerdos que me quedan de los 80 del siglo pasado,
pertenecen a los años que viví en la Escuela Nacional de Arte de La Habana.
Mucha de la gente que conocí y quise allí, permanece muy cerca de mí, aun
cuando vivamos en geografías demasiado distantes.
Uno
de ellos es Eduardo Lozano. Nos parecemos mucho. Los que creen en los
horóscopos, achacarán eso a que nacimos el mismo año y con apenas unas horas de
diferencia. Pero lo cierto es que siempre compartimos los mismos intereses y,
en la escuela, colaboramos en nuestros trabajos desde el principio.
Hubo
una época en que me convertí en un criador compulsivo de peces. Llegué a tener
una bañadera y tres peceras llenas de goldfish, escalares, tetras, pecos y
guramis. Con el pretexto de buscarles alimentos, pedaleaba todas las tardes
hasta la casa de Lozano en Lawton.
Allí,
mientras bebíamos vinos caseros y rones de la peor calaña, intercambiábamos
música, lecturas, proyectos, sueños y frustraciones. Con Leonard Cohen y un
país que comenzaba a derrumbarse de fondo, compartimos siempre lo poco que
teníamos. Muchas veces salí de su casa con un cuadro de regalo, colgado en la
espalda, como si fuera una ballesta.
Ahora
él vive en Valencia y yo en Santo Domingo. Hace más de 20 años que no nos vemos
en persona. Pero seguimos compartiendo todo cuanto podemos. Hace unas semanas,
Diana descubrió una serie que él le había dedicado a la Virgen del Cobre.
Se
lo comenté a Lozano. “Es una lástima que ya no pueda llegar a tu casa en
bicicleta —le advertí—, porque si no, lo fuera a buscar ahora mismo”. Pero
cuando él supo que pronto estaría lista nuestra nueva casa, se puso a trabajar
en un díptico para Diana. Hoy me ha escrito para decirme que ya lo terminó.
Hemos
cambiado muchísimo. Cada uno, por su lado, tuvo que renegar de un montón de
cosas cosas y convencerse de otras tantas. Pero ninguno de los dos ha
traicionado nunca la esencia que nos hermanó. Ya estamos cerca de cumplir los
50 y seguimos siendo fieles con quienes éramos cuando nos conocimos.
Eduardo
Lozano, mi hermano pintor, ha hecho una virgen para nuestra nueva casa. Hace un
rato, mientras chateábamos, me imaginé que pedaleaba hasta su casa para ir a
buscarla. Con Leonard Cohen de fondo, atravesé muchos de los paisajes que
compartimos y le di un abrazo.
Entonces me di cuenta de que seguíamos viviendo muy cerca. Feliz por eso, cerré la ventana del chat y volví a Santo Domingo y al lunes 16 de marzo de 2015.
Entonces me di cuenta de que seguíamos viviendo muy cerca. Feliz por eso, cerré la ventana del chat y volví a Santo Domingo y al lunes 16 de marzo de 2015.
2 comentarios:
Hermano, me has hecho llorar recordando aquellos momento que compartimos en Cuba. Es una alegría innombrable compañías como las tuya y que lo mantengamos a pesar de las distancias...
Las relaciones buenas y duraderas dan sentido a nuestras vidas, la definen y la adornan.
Te felicito...
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