APECO durante el performance El Hombre Azul, en el Centro León. |
(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Tuve el privilegio de sostener largas conversaciones con APECO, incluso una vez traté de hacerle una entrevista. Como nunca grabé nada, apenas recuerdo lo que hablamos. Solo hay algo que no logro olvidar: su mirada, el asedio de aquellos ojos a punto de salirse de sus órbitas, incapaces de enfrentarse al mundo sin la intermediación de un lente.
Tuve el privilegio de sostener largas conversaciones con APECO, incluso una vez traté de hacerle una entrevista. Como nunca grabé nada, apenas recuerdo lo que hablamos. Solo hay algo que no logro olvidar: su mirada, el asedio de aquellos ojos a punto de salirse de sus órbitas, incapaces de enfrentarse al mundo sin la intermediación de un lente.
Mi
memoria, escasísima para muchas cosas, discriminatoria para otras, suele
atesorar con lujo de detalles las conversaciones que más disfruto. Por eso me
llama la atención que ya no retenga nada de aquellos largos encuentros con
APECO. Llego hasta el punto en que nos abrazábamos, a partir de ahí solo me
empiezan a venir imágenes suyas a la cabeza.
Su
padres le pusieron Natalio y su primer apellido era Puras, pero tendremos que
seguir llamándole por el nombre que él escogió para relacionarse con el mundo:
APECO, esas cinco letras es todo lo que tenemos para referirnos a ese hombre frágil
y lúcido que eligió a la ironía como herramienta de trabajo.
Cuando
el Centro León preparaba el programa de actividades para acompañar la
exposición de Eugenio Granell, el surrealista español que residió en República
Dominicana en los años cuarenta del siglo pasado, alguien propuso un performance de APECO. Me
tocó coordinarlo junto a José Enrique Tavárez, quien sentía una gran admiración
por él.
El
artista llegó receloso, ‘chivo’ como se dice entre dominicanos. Cuando le
dijimos de qué se trataba, una rara sonrisa se dibujó en su rostro. “Ya no
tengo memoria”, nos advirtió. “Te ayudaremos en todo lo que necesites”, me
apresuré a decirle. “Yo estaré siempre a tu lado”, le prometió José Enrique.
“Quiero
que se llame El Hombre Azul —dijo llevándose las dos manos a los ojos, como
si fueran unos anteojos—. Hablaré de la amnesia, de la locura y del amor”.
Cumplió con creces su promesa. Desde la más hilarante lucidez, APECO se hizo el
loco de una manera magistral para decir todas las cosas que la cordura suele
acallar.
Aquel
performance puede considerarse el génesis de La insólita mirada de APECO, la
exposición que llega al Centro León después de presentarse en la Pinacoteca del
Estado de Sao Paulo, en Brasil. Ahora con la adición de cuatro espacios que,
según sus organizadores, “funcionan como catalizadores de memorias y
provocadores de reflexiones”.
La
ironía es un bien escaso en el arte y la literatura dominicana en general. Juan
Bosch fue un gran irónico y esa puede ser una de las razones por las que a
veces no lo comprendieron. Eso también explica por qué muchos, incluso algunos
de los alumnos más aventajados del Profesor, al final se inclinaran por el
discurso pomposo y rebuscado de Joaquín Balaguer.
Para
APECO poder ser irónico tuvo que acudir a la locura. En el performance que hizo
en homenaje a Granell, mientras se alumbraba con una linterna y proyectaba una
serie de retratos que él mismo hizo de todos los locos de su ciudad, reveló una
de sus mayores secretos: “Siempre creí en la locura de los otros, nunca pensé
que alguna vez yo también estaría entre ellos”.
Es
admirable la persistencia que tuvieron muchos amigos de APECO, rescatando sus
imágenes de las oscuras manos del olvido, y la decisión del Centro León de
atesorarlas y compartirlas. Ellas contienen una mirada única de la creatividad
y las maneras de ser del dominicano, en general, y del santiaguero, en
particular.
Ahora
entiendo por qué olvidé todas nuestras conversaciones y solo retengo detalles
de su rostro, gestos, facciones… Todo lo que hizo y dijo APECO tiene que verse.
Su idioma era la imagen, las palabras solo le sirvieron para tratar de expresar
lo que no encontraba en el silencio, dentro de ese enorme cuarto oscuro que
acabó resultando para él la vida cotidiana.
1 comentario:
Hacernos los locos para decir la verdad. Vaya que es el mejor ensayo de lucidez que pudiese alguien realizer.
Grande APECO!!
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