(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Amanecí muy angustiado. Tenía pendiente varios asuntos de trabajo: dos notas de prensa, una entrevista, la revisión de unas memorias y la presentación en PowerPoint de una estrategia de comunicaciones. En la lista, encima de todo, estaba un email de la editora de Estilos recordándome que se acercaba la hora del cierre de la revista.
Amanecí muy angustiado. Tenía pendiente varios asuntos de trabajo: dos notas de prensa, una entrevista, la revisión de unas memorias y la presentación en PowerPoint de una estrategia de comunicaciones. En la lista, encima de todo, estaba un email de la editora de Estilos recordándome que se acercaba la hora del cierre de la revista.
Suelo
llevar a María cargada sobre mis hombros hasta el colegio. Aprovecho esas tres
cuadras de camino para organizar mis ideas. Me gusta andar por Santo Domingo
mientras la ciudad se despierta (sobre todo porque apenas unos minutos después
se vuelve intransitable). Esa es la hora en la que más ideas se me ocurren.
Sin
embargo, ni siquiera eso logró sacarme del enorme vacío. Mi cabeza seguía en
blanco. Tenía unos apuntes donde asociaba El Padrino (cuyas
tres partes habíamos vuelto a ver durante el fin de semana) y la patética
fotografía de un político dominicano comiendo chicharrones en Villa Mella. Pero me
resultaba algo demasiado grasiento para ser leído un sábado en la mañana.
Entonces
Diana me pidió que la llevara al trabajo y de regreso puse “12
segundos de oscuridad”, uno de mis discos preferidos de Jorge Drexler. Se
produjo el milagro. La luz del faro de la primera canción me alumbró el camino
a seguir y abrió la puerta donde estaban encerradas todas las palabras.
Siempre
que oigo las canciones de Drexler acabo en un lugar que nunca es el sitio en el
que estoy. Además de la música y la letra, el cantautor uruguayo suele
ofrecerme espacios para que haga cosas mientras él canta. Es así que a veces
llego a creer que he tenido en mis manos lo mismo que él, que por una extraña
probabilidad hemos compartido algo.
Pero
como las suyas no son canciones de moda ni siguen ninguna tendencia, acaban por
convidarte a pensar. “Nos han tocado épocas complicadas para vivir, como a todo
hombre, que decía Borges. Siempre ha sido complicado ser persona. Ahora no creo
que lo sea más que en otras épocas. Deberíamos hablar con nuestros abuelos para
ser conscientes” advierte el propio Drexler en una entrevista.
Muchas
veces, cuando he tenido que tomar una decisión ética, le he pedido ayuda a mis
canciones preferidas. Frases del propio Drexler y de Andrés Calamaro, por solo
citar a dos de los que más me han socorrido, me convidaron a tomar por un camino y
a abandonar otro. Funcionan como consejos de amigos, de gente en la que uno
confía con los ojos cerrados.
Uno
suele perder muchas cosas con el paso del tiempo. Pierde amores, seres
queridos, ciudades, países… Lo único que, con toda seguridad, nos acompaña por
siempre son las canciones. En mi caso, llevo más de 160 gigas de música a donde
quiera que voy. Dentro de esos miles de millones de bytes, están todas las
canciones que ha grabado hasta hoy Jorge Drexler.
Acabo
de terminar el último slide de la presentación en PowerPoint. Antes, había
enviado las dos notas de prensa, la entrevista y el documento con la revisión de
unas memorias. Mi columna de Estilos, es decir, esto que están leyendo, ya va
por las 529 palabras. En las bocinas suena la canción “Bolivia”. Después que
Caetano Veloso hace silencio, Drexler recita una frase:
“Y
los caminos de ida/ en caminos de regreso/ se transforman, porque eso:/ una puerta giratoria/ no más que eso, es la
historia”. Como pueden ver, una canción me trajo hasta aquí.
1 comentario:
Bravo!! Bienvenido seas...
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