(Escrito para el catálogo de la exposición Con los ojos abiertos, de Inés Tolentino, inaugurada ayer en Lyle O. Reitzel Gallery. Publicado en la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Al
principio de La fiesta de la
insignificancia, la más reciente novela de Milan Kundera, se reflexiona
sobre el ombligo. Mientras camina por París, Alain —el primer personaje en
presentarse— repara en que todas las jovencitas llevan el abdomen descubierto.
Según
Kundera, la seducción femenina se ha ejercido a lo largo de las épocas a través
de los muslos, las nalgas, los pechos y... el ombligo. Cuando leí eso recordé esos
dibujos de Inés Tolentino donde sus personajes enseñan el ‘hoyito redondo’.
“¿Cómo
definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina
concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?”, se pregunta el escritor checo
que vive en París. Algunas de las obras de la artista dominicana que también
vive en París están en condiciones de responderle.
Con los ojos abiertos es una exposición,
pero también podría ser una novela, una obra de teatro o una película; bastaría
con trasladar lo que sucede en las paredes de Lyle O. Reitzel Gallery a las
palabras, a un escenario o a una pantalla.
Según
Inés Tolentino, ella está obsesionada. Le preocupan sobremanera “los estragos
de la historia en un tiempo y en un espacio dados”. Es comprensible. Ha pasado
su vida entre dos ciudades muy diferentes: París y Santo Domingo. La primera
vive de la memoria, la segunda sobrevive del olvido.
Es
muy difícil lidiar con dos mundos tan diferentes. Mientras en el primero tratan
de conservar todo, convirtiendo en patrimonio hasta lo más insignificante; en
el segundo (¿o debo decir tercero?) hasta el más importante patrimonio es
tratado como una insignificancia.
Debe
ser por eso que, para su ‘puesta en escena’, Inés pasa por alto los juicios de
valor. Antes de señalar dónde está el bien y dónde el mal, a la artista le
preocupa más —según sus propias palabras— el “gozo en la reproducción de una
cara, de una pose, del pliegue de un vestido, de las manos, de la carne…”.
Aunque
todos los personajes de Con los ojos
abiertos llevan antifaz, ninguno tiene nada que esconder. Como la propia
artista lo reconoce, más bien lo hacen por vanidad, para llamar la atención.
Vivimos en una época (esto sí que lo comparten París y Santo Domingo) donde la
falta de pudor se ha convertido en uno de los caminos más cortos hacia el
éxito.
Esto
no quiere decir que estemos ante personajes exitosos. De ellos lo único que llegaremos
a saber es que tratan de escapar. No lo digo yo, lo dice la propia Inés: “van
huyendo, disfrazados, alegres e inocentes, al tiempo, a la era, a las
evidencias de un mundo trastornado y, finalmente, a sí mismos”.
Por
primera vez en muchos años, el arte contemporáneo dominicano es obra de un
amplio colectivo y no de dos o tres figuras aisladas (y a veces hasta
marginadas). Por primera vez en muchos, muchísimos años, el arte contemporáneo
dominicano es absolutamente contemporáneo.
De
un tiempo a esta parte, un significativo grupo de artistas ha decidido hacerle
caso omiso a la tradición, a las buenas costumbres y a los lugares comunes.
Gracias a eso, se ha podido romper un círculo vicioso que habían trazado los
llamados ‘maestros’. Inés Tolentino está entre ellos.
Una
prueba de ello es esta muestra, que la artista define como una colección de
“retratos tiernos, burlescos y dramáticos donde la máscara o antifaz subraya la
frontera entre el artificio y la realidad”. Sin salirse del dibujo, la artista
se salta la tradición para así también poder pasar por alto los prejuicios y
ofrecer una “visión sincera y naturalmente crítica”, cualidades que, según
Inés, son propiedad de los niños.
Debe
ser por eso que aun las obras más dramáticas no pueden esconder un cierto
candor y hasta un poco de ingenuidad. Inés Tolentino es madura e infantil,
clásica y moderna, dramática y lúdica, aguda y simple. Pero todo eso está
delimitado por una línea muy frágil que le toca al espectador trazar.
Cuando
escribía este texto, llamé a Lyle O. Reitzel para consultarle algo.
Casualmente, él conversaba con Inés Tolentino. Me la puso al teléfono y le
adelanté que había comenzado con una referencia a Milan Kundera. Entonces ella
me confesó que era uno de sus escritores preferidos. “Esta exposición, de
alguna manera, es una fiesta de la insignificancia”, me dijo.
Terminamos
la conversación con una broma. Antes, yo le recordé que la última vez que nos
encontramos fue en Bonyé, en uno de esos domingos de son que organizan frente a
unas ruinas del Santo Domingo Colonial.
Aunque
Inés estaba vestida como una parisina, bailaba como una dominicana. Llevaba el
ombligo afuera.
1 comentario:
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