(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
En
2011, a las pocas de semanas de conocernos, Diana Sarlabous y yo hicimos un
largo viaje por el interior de Cuba. A ella se la habían llevado a los 5 años y
yo decidí marcharme a los 33; entre los dos acumulábamos medio siglo de
ausencia en nuestro país.
Ese
viaje fue clave para que nos reconociéramos a nosotros mismos. Atravesamos la
isla entera. Ella me enseñó el lugar de su infancia y yo le presenté todos los sitios
donde había dejado algún recuerdo importante.
Fue
así que comenzamos a acopiar las cosas que le darían sentido a nuestra futura
casa. Un cartel de cine le dio nombre: El Bohío. Algunas obras de artistas de
mi provincia comenzaron a llenar paredes que aún no sabíamos cómo serían.
Uno
de los libros más fascinantes que he leído es 84, Charing Cross Road, de
Helene Hanff. En apenas 126 páginas, se reúne la correspondencia entre una
escritora de Nueva York con los empleados de una librería en Londres. Cada
pedido y cada envío se convierte en una inolvidable lección de vida.
En
un momento, en que le envían a Helene un libro que había deseado leer por mucho
tiempo, escribe conmovida: “¡Qué mundo tan extraño éste nuestro, en el que uno
puede adquirir para toda la vida algo tan hermoso…, por lo que cuesta una
entrada al cine (…) o por la quincuagésima parte de lo que te cobra un
dentista”.
Hace
unos día, Diana tuvo la necesidad de escribir la historia de una botella. Ella
la había comprado en Barcelona hace años, cuando vivía en esa ciudad. Era de
cristal de Bohemia y le había costado apenas 10 dólares en una joyería de San
Cugat del Vallés.
“Por
alguna razón inexplicable, decidí aprovechar la oferta. Al llegar a casa la
llené de ron dominicano. Durante 15 años el ron se mantuvo intacto en la
botella. En 2011, cuando construí un nuevo hogar, rescaté mi botella de cristal
de Bohemia”, puso Diana en su bitácora.
Después
de cofesar que la botella sigue llena de ron (aunque ahora el Brugal Extra
Viejo apenas dura semanas), tiene la necesidad de contar cosas más íntimas del
objeto: “Ha perdido un pedazo, pero sigue siendo una bella botella de cristal
de Bohemia. Solo que ahora hay una gran diferencia, está viviendo la vida para
la que fue hecha”.
A
Helene Hanff le sucedía algo muy parecido con sus libros. No los mandaba a
pedir a Londres para que adornaran su casa (vivía en un reducido apartamento donde
no había nada que presumir), sino para entablar con ellos una relación que nada
más en el mundo era capaz de lograr.
Por
eso en nuestra casa tratamos de que cada elemento que nos rodea tenga realmente
que ver con nosotros. Nos importan poco las modas o las tendencias, preferimos
que cada cosa tenga sentido, desde una gran piedra traída de Montecristi, hasta
las obras completas de Thoreau.
Pocos
días después de que Diana contara la historia de la botella, un golpe de viento
levantó las cortina de la sala. Cuando sentimos el golpe sospechamos lo peor.
Por eso, todavía sin mirar, parafraseé en voz alta un verso de Joaquín Sabina: “¡Si
hay que romper cristales, que sean de Bohemia!”.
Como
la conservamos en fotografías y Diana fue capaz de contar su historia, la
botella sigue siendo parte de nuestros objetos. Aún es capaz de llevar en su
interior la vida que estamos compartiendo desde septiembre de 2011, cuando
volvimos a Cuba para encontrar nuestro origen y empezar a construir el nuevo
sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario