Crecí
en un país donde uno de sus más grandes escritores estaba prohibido. Los
profesores de literatura hacían increíbles malabares para no tener que
mencionarle. Los pocos libros suyos que se conservaban en las bibliotecas
públicas, eran escondidos en cuarticos inaccesibles.
Recuerdo
que en la Escuela de Arte de Cubanacán se conservaba la colección completa de
la revista Lunes de Revolución. Cada
vez que podía, me encerraba en aquel sitio a leer sus rabiosas crónicas (a
veces eran injustas; pero no me importaba, porque me fascinaba su manera de
escribir y la facilidad con la que traducía del habanero al castellano).
Ayer,
mientras reordenaba mis libros, descubrí que todo un tramo es un homenaje al
Camilo infante, al que siempre le negaron el acceso a sus libros. Ahí está, a
salvo ya de la cobarde censura y de las ignorantes obsesiones del totalitarismo.
Todos
esas obras van a durar muchísimo más que los discursos, los crímenes y las
ruinas del tirano que condenó a Guillermo Cabrera Infante al destierro.
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"Así en la paz como en la guerra"
Un rato de tenmeallá; Las puertas se abren a las tres; Balada de plomo y yerro; Resaca; Josefina, atiende a los señores; Un nido de gorriones en un toldo; Mar, mar, enemigo; La mosca en el vaso de leche; En el gran ecbó; Cuando se estudia gramática; Jazz; Abril es el mes más cruel; Ostras interrogadas y El día que terminó mi niñez.
Cuando lo leí por primera vez, siendo casi un fiñe, como envidie a ese enano con pinta de indio sudamericano que veía pasar a cada rato por la calle Obispo y entrar en la librería "La Moderna Poesía".
No fue hasta algunos años después, que un cuento de cubano, "El Juego de las Decapitaciones" de Lezama, me mostró que había quien se le podía igualar en la impresión que como lector dejaron en mí sus cuentos.
“Wang Lung era mago y odiaba al Emperador; amaba en doblegada distancia a la Emperatriz ...”
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