La
primera vez que vi en persona a Rafael Alcides fue en una tarde de mayo, allá
por Pasacaballos, con rumbo hacia Rancho Luna. Corrían los años finales de la
década del 80 y nos dirigíamos hacia un hotel donde se celebraría un encuentro
de escritores.
Su
voz de bajo se oía aún más alto que el pertinaz traqueteo del autobús Ikarus.
“¿Quién es ese del vozarrón?”, le pregunté a Alfredo Zaldívar. “Rafael Alcides,
el de la pata de palo”, me respondió el fundador de las Ediciones Vigía.
Obviamente,
Zaldívar no se refería a una condición física del escritor sino a un título
suyo, que es uno de los más importantes poemarios de la generación del 50.
Luego, ya en tierra, me lo presentaron. Me estrechó la mano rudamente, como si
aún viviera en su natal Veguitas y se dedicara a la agricultura.
Al
día siguiente fuimos sorprendidos por un terrible temporal y, prácticamente,
acabamos convirtiéndonos en náufragos. Ninguno de los que estuvimos allí olvidamos
aquel episodio. Una y otra vez contamos las anécdotas, los chistes y las
discusiones como si fueran capítulos de un libro de aventuras.
Una
de aquellas noches, sin luz y con todo el hotel anegado, se armó un círculo
alrededor de Raúl Rivero y Rafael Alcides. Uno de los temas centrales del
debate fue la Perestroika, que en aquel momento revolucionaba a la Unión
Soviética. Alguien advirtió que eso se apartaba de lo literario y el vozarrón de
Alcides la salió al paso: “La libertad es más importante que la literatura”,
dijo tajante.
Siendo
consecuente con esa frase, pocos meses después el poeta firmó una carta donde
reclamaba libertades para los cubanos. Desde entonces Rafael Alcides es un
inxiliado. Solo los que conocen de verdad a la sociedad cubana y los métodos
represivos del régimen, saben lo que significa resistir 30 años dentro de la
Isla admitiendo públicamente que no se está de acuerdo.
Hace
unos días, el poeta Rafael Alcides le hizo llegar una carta al funcionario
Miguel Barnet: “En vista de que ya a mis libros no los dejan entrar en Cuba (…),
lo que es igual a prohibirme como autor, renuncio a la UNEAC”, le puso Alcides a
Barnet. Al final de la carta, le advirtió que su decisión era irrevocable.
En
el mismo sobre, junto a la misiva, devolvió una condecoración: la Medalla
Conmemorativa del 50 Aniversario, que recibió como fundador de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba. Ya tiene 80 años y conserva el mismo vozarrón.
Pero, sobre todas las cosas, sigue siendo un hombre que antepone la libertad a
todas las cosas.
Lo conocí en una tarde de mayo, allá por Pasacaballos, con rumbo hacia Rancho Luna. Cada día que pasa, recuerdo con más orgullo su inolvidable lección, su valentía.
Lo conocí en una tarde de mayo, allá por Pasacaballos, con rumbo hacia Rancho Luna. Cada día que pasa, recuerdo con más orgullo su inolvidable lección, su valentía.
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