(Versión de la presentación del libro Pequeñas obsesiones, de Deidamia Galán, publicada en la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos).
Este
es un país lleno de exuberancias. A pesar de su poca extensión territorial, su
clima y sus riquezas naturales hacen que abunde casi todo. En la sociedad
dominicana actual también impera la prodigalidad. Al extremo de que a veces hay
enormes excedentes. Sobran, por ejemplo, políticos, militares, funcionarios, abogados,
edecanes, consultores, relacionistas…
Sin
embargo, hay un espécimen, fundamental para el equilibrio biológico de las
sociedades, que está en un grave peligro de extinción. Me refiero a ese
individuo simple, casi siempre humilde y desprotegido, que es un escritor con
la necesidad de decir cosas que realmente aporten y hagan falta.
Obviamente
no me refiero a los que se consideran a sí mismos magnánimos clásicos
vivientes, tampoco a los que solo dialogan, desde una altísima torre de marfil
y en tono engolado, con un espejismo tan abstracto como es la posteridad.
Hablo, simple y llanamente, del escritor que respira, come, tose, escupe, suda, orina, desea y se reproduce como el resto de sus congéneres. Hablo de los que son capaces de interactuar con la sociedad en la que viven y, después de libar desde lo más sublime hasta las excresencias, aportan una miel tan escasa y valiosa con lo son las ideas.
Hablo, simple y llanamente, del escritor que respira, come, tose, escupe, suda, orina, desea y se reproduce como el resto de sus congéneres. Hablo de los que son capaces de interactuar con la sociedad en la que viven y, después de libar desde lo más sublime hasta las excresencias, aportan una miel tan escasa y valiosa con lo son las ideas.
Conocí
a Deidamia Galán por los mismos años en que República Dominicana y yo nos
estábamos reconociendo. Fue en Casa de Teatro. Aunque ella todavía es muy
joven, en aquel entonces hasta yo lo era. Recuerdo que se me acercó y me dijo
que quería ser escritora.
Hoy
tengo que darles dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que puedo
asegurarles que Deidamia, aquella muchacha que quería ser escritora, lo logró
con creces. tengo la prueba en mis manos. La mala, es que la chica pertenece,
lamentablemente, a una especie en grave peligro de extinción.
Hasta
finales del siglo XX, los intelectuales eran tipos que necesitaban de mucho
tiempo y de enormes libros para producir sus interacciones con las sociedades
donde vivían. Ahora ese imprescindible acto muchas veces sucede en tiempo real.
La
web 2.0 y las redes sociales han trastocado todos los paradigmas y el
intelectual no ha sido infalible a eso. Deidamia no solo es capaz de escribir
un libro de poemas, límpiamente bueno, como “Pequeñas obsesiones”, y un montón de versos de una sencillez
estremecedora; también ocupa su lugar como un ser pensante dentro de la
sociedad en la que vive y eso es doblemente admirable.
Estamos
en una época en la que a cualquiera que perpetra una canción le llaman “poeta”
y al que trama autoayudas, “filósofo”. Creo que al presentarles los poemas de
Deidamia Galán, estoy contribuyendo a combatir esas falacias. La honestidad de
estos poemas y la sencillez con la que están dichas las ideas más complejas,
son una lección tanto para los embusteros como para los engreídos.
Recuerden
que al principio les dije que en su país, que es ya también el mío, sobraban
muchos tipos de gente. Deidamia, en cambio, pertenece a los que cada vez son
menos. Por eso es importante que contribuyamos a proteger a esta muchacha que
admite, con una honestidad sobrecogedora, que “todos los días pierde la
batalla”.
República Dominicana es un país lleno de exuberancias y eso hay que celebrarlo todos los días. Pero también hay que celebrar lo escaso, lo que resiste, lo que perdura. Por eso quise hablarles hoy de Deidamia Galán, presentarles su libro.
República Dominicana es un país lleno de exuberancias y eso hay que celebrarlo todos los días. Pero también hay que celebrar lo escaso, lo que resiste, lo que perdura. Por eso quise hablarles hoy de Deidamia Galán, presentarles su libro.
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