El 31 de diciembre de 1980 fue miércoles y amaneció
lloviznando. En la mañana, después del himno, hicieron un apremiante llamado a
la movilización, en el seno de las milicias, frente a las nuevas amenazas. Poco
después, Atlántida le puso flores frescas a sus muertos y empezó a pelar
toronjas para hacer un dulce.
Mi madre llegó en el tren de las dos con un regalo
para cada uno: dos libros y una botella de Viña 95. Alrededor de las cinco, Aurelio
se dio un baño de agua fría y se puso su camisa de corduroy para empezar a leer
El Don apacible. La frialdad de la
tarde se afilaba en los hierros, antes de entrar por los postigos.
A las seis me fui a dar vueltas por el pueblo con
mi radio portátil. Era un VEF 206, de fabricación soviética, donde Billy Joel
cantaba “Honesty” una y otra vez. Cada
vez que se acababa la canción, CMHW felicitaba al pueblo de Cuba por un aniversario
más del heroico triunfo.
A las doce de la noche, cuando se acabó la final de
Para Bailar, el Paradero de Camarones
se fue a dormir. Faltaba un año para que Aurelio se enfermara, tres para que yo
me fuera en el Budd que pasaba de madrugada y nueve para que todo aquel mundo
se borrara de la cabeza de Atlántida.
El 31 de diciembre de 1980 fue un miércoles como otro cualquiera. Pero no logro olvidarlo. Cada vez que oigo “Honesty” soy capaz de reconstruirlo minuto a minuto; desde el apremiante llamado a la movilización, hasta el cubo de agua que lanzamos sobre el andén a las 12 en punto, cuando 1981 nos tocó a la puerta.
El 31 de diciembre de 1980 fue un miércoles como otro cualquiera. Pero no logro olvidarlo. Cada vez que oigo “Honesty” soy capaz de reconstruirlo minuto a minuto; desde el apremiante llamado a la movilización, hasta el cubo de agua que lanzamos sobre el andén a las 12 en punto, cuando 1981 nos tocó a la puerta.
2 comentarios:
Lindo.
¿ 9 años para el derrumbe de aquello? Amigo, nunca se construyó nada.
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