Por
las tardes, durante el largo viaje de regreso a casa (es por el tráfico, no por la distancia), suelo llamar a mi madre. “¿Viste que
se murió Conrado Marrero?”, fue su saludo al responder el teléfono. “Sí,
escribí un post sobre eso en El Fogonero”,
le dije. “¿Y contaste lo de la tarde que estuvo en casa?”, me preguntó.
Solo
se me ocurrió hacer un desconcertado y largo silencio. “Niño, niño —reaccionó
por fin mi madre—, ¿contaste lo de la conversación de Marrero con tu abuelo?”.
“No, Mami, no tenía ni la más remota idea de que Conrado Marrero había estado
en la casa —por fin le respondí—. ¿Cuándo fue eso?”
Navidad
de 1957. Nellina Mosteiro, una hermana de mi abuela Atlántida que vivía en La Habana,
había ido a pasarse una semana con mi familia, que entonces vivía en la estación
de ferrocarril de San Fernando de Camarones. El día en que su esposo —el doctor Yuyo Rómulo Calvet— fue a buscarla, llegó en compañía de uno de sus mejores amigos.
A mi
tío Aldo la cara de aquel hombre le resultó conocida. Aunque llevaba un
pantalón de drill 100 y una guayabera de hilo, gesticulaba como si tuviera puesto un
traje de pelotero. Consultó su colección de postalitas y, efectivamente, era el
mismísimo Conrado Marrero.
Cuenta
mi madre que se sentó en el portal a conversar con mi abuelo, con un tabaco
entre dientes y una taza de café en la mano. Justo en frente les quedaba un
inmenso cañaveral. Sobre él deben haber trazado jugadas memorables y anécdotas
increíbles.
El 31
de mayo de 1958, mi madre y su hermana Titita estaban de visita en casa de su tía Nellina, en La
Habana. Por la tarde, llegaron Yuyo y Conrado a buscarlas. “¡Vamos a pasar por
el túnel!”, propusieron. Justo ese día habían inaugurado la colosal obra que atraviesa
el fondo de la bahía. Fueron en el descapotable de Conrado Marrero.
—Todo
era tan lindo en aquella época —dijo mi madre. Luego me preguntó cómo había
sido mi día, me contó que había hablado con la gente de Miami, que no sabe nada
de Santa Clara y que, según mi hija, en Madrid todavía hace un poco de frío.
Yo apenas la oía. Todavía me imaginaba la escena de Conrado Marrero y mi abuelo sentados en los sillones del portal, frente a un inmenso campo de caña, justo antes de que la noche de la República cayera sobre San Fernando de Camarones.
Yo apenas la oía. Todavía me imaginaba la escena de Conrado Marrero y mi abuelo sentados en los sillones del portal, frente a un inmenso campo de caña, justo antes de que la noche de la República cayera sobre San Fernando de Camarones.
1 comentario:
inmenso este blog Camilo... ñooooo!!!
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