24 abril 2014

La escena de Conrado Marrero y mi abuelo

Por las tardes, durante el largo viaje de regreso a casa (es por el tráfico, no por la distancia), suelo llamar a mi madre. “¿Viste que se murió Conrado Marrero?”, fue su saludo al responder el teléfono. “Sí, escribí un post sobre eso en El Fogonero”, le dije. “¿Y contaste lo de la tarde que estuvo en casa?”, me preguntó.
Solo se me ocurrió hacer un desconcertado y largo silencio. “Niño, niño —reaccionó por fin mi madre—, ¿contaste lo de la conversación de Marrero con tu abuelo?”. “No, Mami, no tenía ni la más remota idea de que Conrado Marrero había estado en la casa —por fin le respondí—. ¿Cuándo fue eso?”
Navidad de 1957. Nellina Mosteiro, una hermana de mi abuela Atlántida que vivía en La Habana, había ido a pasarse una semana con mi familia, que entonces vivía en la estación de ferrocarril de San Fernando de Camarones. El día en que su esposo —el doctor Yuyo Rómulo Calvet— fue a buscarla, llegó en compañía de uno de sus mejores amigos.
A mi tío Aldo la cara de aquel hombre le resultó conocida. Aunque llevaba un pantalón de drill 100 y una guayabera de hilo, gesticulaba como si tuviera puesto un traje de pelotero. Consultó su colección de postalitas y, efectivamente, era el mismísimo Conrado Marrero.
Cuenta mi madre que se sentó en el portal a conversar con mi abuelo, con un tabaco entre dientes y una taza de café en la mano. Justo en frente les quedaba un inmenso cañaveral. Sobre él deben haber trazado jugadas memorables y anécdotas increíbles.  
El 31 de mayo de 1958, mi madre y su hermana Titita estaban de visita en casa de su tía Nellina, en La Habana. Por la tarde, llegaron Yuyo y Conrado a buscarlas. “¡Vamos a pasar por el túnel!”, propusieron. Justo ese día habían inaugurado la colosal obra que atraviesa el fondo de la bahía. Fueron en el descapotable de Conrado Marrero.
—Todo era tan lindo en aquella época —dijo mi madre. Luego me preguntó cómo había sido mi día, me contó que había hablado con la gente de Miami, que no sabe nada de Santa Clara y que, según mi hija, en Madrid todavía hace un poco de frío.
Yo apenas la oía. Todavía me imaginaba la escena de Conrado Marrero y mi abuelo sentados en los sillones del portal, frente a un inmenso campo de caña, justo antes de que la noche de la República cayera sobre San Fernando de Camarones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

inmenso este blog Camilo... ñooooo!!!