© Iván Cañas, 1969.
Mi país se puede describir de muchas formas:
una farola de piedra
a la entrada de una bahía de bolsa,
un cementerio de mármol
a un costado de una ciudad en ruinas,
un apóstol sentado
al sol de una plaza irresistible,
un muro de sal
al borde de un golfo amurallado…
Mi país se puede contar a través de sus hombres:
un desterrado que navega por un potrero
hasta que una bala lo tumba de cara al sol,
un gordo encallado en una casa
donde iban a morir todos los ríos de occidente,
un flaco terrible
y lleno de pánico
que recitaba las verdades
que nadie quería oír,
un sonero mudo que pasaba bailando
por una pantalla en blanco y negro…
Mi país se puede mirar de muchas maneras,
pero nunca se verá
tan real como en esta imagen:
no somos más que el recuerdo
de una vieja máquina de vapor que exhala
el sonido metálico que luego respiramos.
Ese dulce jadeo,
hirviente,
irrespirable,
hirviente,
irrespirable,
siempre acaba por decretar la noche
sobre todas y cada una de las cosas que nos rodean.
*Siempre nos obsesionamos con averiguar cómo es que los poemas ocurren. Al menos en este caso el misterio está resuelto. Aquí todas las palabras me saltaron a la vista mirando esta foto de Iván Cañas.
1 comentario:
La zafra en mi memoria
Es el olor dulzón de un corte de caña
Una nube de garzas blancas festejando
con los bichos de los surcos recién cortados.
Una docena de macheteros tumbando plantones de caña
a golpe de mocha y bocanadas de humo
de tabacos torcidos a manos.
El viento hace olas en el mar de güines
de los tajos que aún no han caído.
Es Diciembre y el cielo es azul.
Las noches son algo frías.
Y mi padre prácticamente no duerme,
porque sin zafra no hay país.
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