(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
En un lejano viaje a Isfaján, en Irán, Italo Calvino entendió que
la cosa más importante del mundo eran los espacios vacíos. Después de describir
un complejísimo decorado, el escritor celebra el hecho de que la ciudad esté dispuesta
según una feliz sucesión de vacíos.
“Vacío, nada, ausencia, silencio, son todos nombres cargados de
significados demasiados obstructivos para algo que no quiere ser ninguna de
estas cosas. No se le puede definir con palabras”, asegura el autor de Las
ciudades invisibles.
Es difícil encontrar vacíos en Santo Domingo. Los pocos que quedan
están bajo la constante amenaza de la especulación constructiva. Para colmo de
males, allí, donde se ha salvado una ínfima esquina en la que es imposible
levantar nada, se aparece el alcalde con su casi patológico mal gusto.
Los que vivimos en esta ciudad, le debemos a Roberto Salcedo que
la pusiera en el mapa donde solo aparecen los parques más terribles y disparatados
del mundo. Antes de estar al frente del Ayuntamiento, Salcedo hacía comedias de
televisión. Por eso, pienso, asume a Santo Domingo como un decorado de atrezzo o,
lo que es peor, la confunde con un chiste.
En uno de los pasillos del Hotel Embajador hay una exposición de
viejas fotografías. En una de ellas, se ve una vista aérea del edificio en
construcción. A su alrededor no se divisa más que un gran vacío. Es imposible
acertar nada del nuevo Santo Domingo en ella. Por eso lo más aconsejable es
disfrutar el vacío.
Es cierto que ya no se
puede volver a ese punto. Es imposible recuperar un bosquecito que se ve justo
delante del edificio. Me imagino que ahí, originalmente, era donde pernoctaban
las bandadas de pericos. Esas que hoy regresan a la ciudad desde cualquier
dirección para aferrarse a los pocos árboles del parqueo del Hotel.
En otra foto se divisa la célebre Concha Acústica en un espacio
abierto, también sin nada alrededor. Se le ve tan despejada, que cuesta trabajo
dar con ella en la actualidad, confundida, camuflada y enmarañada con todo lo
que se construyó después. La ciudad no le dio alcance al Hotel Embajador, más
bien trató de asfixiarlo.
Unos párrafos más abajo, Calvino se queja de las fotografías
actuales que le habían llegado de Irán (la actualidad a la que se refiere es a
principios de los años 80 del siglo pasado): “son imágenes muy diferentes: sin
espacios verdes, atestadas de multitudes, de gritos y gestos escandidos”, dice.
Para evitar que nos pase lo mismo que a él, busquemos los espacios
vacíos de Santo Domingo antes de que la especulación constructiva o el mal
gusto los encuentren. Disfrutemos de ese pino araucano que ha logrado
sobrevivir tantos avatares y aún señala una coordenada en el cielo de la
ciudad.
No había nada de esto cuando hicieron el Hotel Embajador. Dentro
de 10 años habrá mucho más. Retengan para entonces esas ausencias que están a
punto de desaparecer.
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