El domingo pasado nos fuimos a la Zona Colonial. El plan era
que, mientras Diana iba a misa, yo me encontraría con Alejandro Aguilar en las
ruinas de San Francisco, donde Bonyé celebra sus tardes de son. Pero en el
Parque Colón dimos con una feria de artesanías y decidimos explorarla.
Son muy pocas las artesanías que en verdad logran
interesarme. Creo que la mayoría de esas expresiones populares se han
desvirtuado y pervertido. Lo que en un inicio fue una necesidad genuina de los
pueblos de representarse a sí mismos, acabó convirtiéndose en un empobrecido
estereotipo que siempre trata de complacer la ignorancia de los turistas.
Pasamos por los stands de cada una de las regiones prácticamente
sin detenernos. Nada lograba interesarnos. Pero dimos con un artesano de Miches
que talla embarcaciones y náufragos en madera. Sus cayucos siempre cuelgan del
techo y se sujetan de la cabeza de uno de sus ocupantes.
No pudimos resistir la tentación de llevarnos un bote donde
viajaba un solitario barbudo vestido de verde olivo. Le encajamos en la cabeza
una puntilla que trajimos de un cafetal de la Gran Piedra. Luego lo sujetamos
de un clavo de línea que arranqué de la vía principal, en Camarones. En la
pared, en el lugar del agua, repetimos las primeras líneas del Diario de campaña de José Martí.
Ayer el régimen de Raúl Castro anunció que no variaría en un
ápice su política migratoria, la cual le niega a los cubanos el derecho de entrar y salir de
su país con entera libertad. Nuestro cayuco atado, impedido de llegar a ninguna
parte, espera con paciencia el día en que las aguas de nuestra isla se liberen.
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