Abrió una herida en la Luna de Quintas
y se hundió en el espejo quebrado de la noche.
Como una navaja recién afilada,
letal,
resplandeciente,
el gavilán descendió en picada
para llevarse consigo
los restos que conservábamos de la tarde.
No hay nadie que no tenga
algo que contar
de la bestia.
Algunos le hacen ofrendas
y otros la maldicen,
pero siempre acaban celebrando
ese conmovedor silencio
que gira en torno suyo
y despedaza
todo lo que se mueve a su alcance.
Ya desapareció de nuestra vista,
no hay huellas reconocibles
de su vuelo raso,
escalofriante.
Solo ha quedado al descubierto
la frágil materia de la montaña
y el rostro ensangrentado del cuarto menguante.
2 comentarios:
vaya que hace rato un poema esperaba, me lo llevo al muro, compay.
Muy buen texto.
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