Hace una semana o dos estuve en la biblioteca de Luis
Canela, uno de los más pertinaces lectores que he conocido. Como sé que Luis
también se mantiene al tanto de cada avance que se produce en materia de
tecnología, la primera pregunta que se me ocurrió hacerle fue si seguía
comprando libros de papel.
—Ahora los compro dos veces, uno físico, por mero afán
coleccionista, y uno para el iPad, que es donde realmente leo —me respondió.
Cuando tropecé con el dossier que La Jiribilla le dedicó al libro, pensé de inmediato en la curiosa
respuesta que me había dado Canela. Como soy incapaz de pedirle que se someta a
la lectura de esos textos, decidí hacer este post. Así puede llegar a tener una
idea de cómo piensan algunos integrantes de la intelectualidad oficial de mi
país.
Para Fernando Martínez Heredia, la apuesta cubana y la
liberación social del país se ganará si se aprende a gobernar entre todos “a
todas las formas de comunicación, y no nos dejamos gobernar por los que forjan
nuevas cadenas con cada invención. Necesitamos el libro, prenda moderna que la
Revolución democratizó”.
A Ambrosio Fornet lo que más le perturba es que la gente se
deje engatusar por “los cantos de sirena del televisor o la computadora” (no,
no se trata de un ensayo de los años ochenta del siglo pasado, les juro que la
frase fue escrita hace apenas una semana). Es decir, que para él la impresión
tal y como la ideó Gutenberg sigue siendo la única manera de acceso al
conocimiento.
En el dossier participan algunos más, pero solo uno o dos
parecen estar al tanto de que la “prenda moderna” que hay que democratizar
ahora es el Internet. En esa nube que el genio de Steve Jobs nos acaba de
regalar, caben todos los libros escritos jamás, pero sin bibliotecarios ni mediadores.
Allí, sin paredes ni anaqueles, no hay nada que inducir o censurar.
Lástima que tipos que fueron tan revolucionarios en su
juventud, como Martinez Heredia o Fornet, sean tan conservadores hoy. Claro,
ellos tienen un punto. Si el internet fuera libre en Cuba, los temas del debate
serían otros. Ya no habría tiempo para discutir cosas obvias, sobreentendidas.
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