Desde niño sentí una rara atracción por la Argentina. Primero, fue su cercanía al Polo Sur, un lugar que, según mi abuelo Aurelio, era como un jarro de cinco libras de hielo: impenetrable. Luego fue la música: Carlos Gardel, Virgilio Expósito, Atahualpa Yupanqui, Charly García, Juan Carlos Baglietto, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez y Andrés Calamaro, entre muchos otros. Olvidaba algo decisivo, Mafalda.
Pero antes de todos esas imágenes y esos sonidos insustituibles hubo un silencio definitivo: José Hernández, Julio Cortázar, Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, María Elena Walsh, Juan Gelman y, más allá de cualquier época y edad, Jorge Luis Borges. Nunca he estado en Buenos Aires, pero conozco demasiado bien las cosas que no se pueden olvidar de ella.
Aunque siempre me la paso obsesionado con el futuro de Cuba, nunca paso por alto todo cuanto sucede al sur del Sur. Jamás le he encontrado explicación al destino argentino. ¿Cómo es posible que la patria de tanta gente lúcida y de tantas criaturas brillantes tenga que vivir ese insoportable día a día que es su presente.
Hoy, cuando supe de la muerte de Néstor Kirchner, me hice la misma pregunta. En lugar de tratar de responderla, busqué en mi iTunes una de las inspiraciones más rotundas de Fito Páez, esa donde le canta a un lugar impreciso e indescifrable, a una casa desaparecida con nombre de país: Argentina.
3 comentarios:
Una opinión, aquí.
La ciudad está conmovida. Llego de la calle ahora mismo y eso es lo que veo.
Es triste lo que pasa.
Gracias y un saludo.
La Argentina que añoras e intuyes revestida de letras, no es la que construía el difunto con nombre alemán de iglesia.
un abrazo,
Otra cosa que compartimos: adoro a Argentina. Por suerte, la tengo al lado y siempre que me puedo escapar del día a día, cruzo la cordillera; pero no por casi habitual, pierdo el placer de visitarla porque como una amiga consentidora, siempre me sorprende con algo nuevo.
Algún día, ve; y de paso, cruza para Chile y nos conoceremos.
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