Sucesos como el que provocó el arresto del caricaturista cubano José Varela, no suelen ser reseñados en la prensa. Todos los días ocurren escándalos de ese tipo en todo el mundo. Hasta para el propio Varela hubiera sido menos humillante que sus moretones pasaran inadvertidos. Pero ya él no se pertenece, es una marioneta de la maquinaria de mentiras de la dictadura cubana y como tal tiene que comportarse.
Él mismo, en su delirante descripción de los sucesos, deja claro que se trató de una riña callejera y no de una “agresión a un bloguero revolucionario”, como quisieron hacer ver las bocinas a sueldo del régimen. Recuérdese que se trata del mismo personaje que hace cuatro años asaltó la redacción de El Nuevo Herald con una pistola de juguete, lo cual desató una operación policial donde por poco pierde la vida.
Si las autoridades cubanas de verdad apreciaran a Varela y le quisieran para algo más que para aprovecharse de su inenarrable conducta, le gestionaran un ingreso en el Hopistal Siquiátrico de La Habana. Ese centro, según el propio Gobierno cubano, es “el mejor de su tipo en el mundo”. Solo le recomendaría a Varela que se lleve una colcha de Miami, porque lo único que no han podido resolver en Mazorra es salvar a sus pacientes del frío.
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