Mi abuelo Aurelio solía molestarse frente al televisor cuando Juan Varela Pérez hacía los reportes sobre la zafra azucarera. En las espaldas de los hombres del Paradero de Camarones, podían contarse los años que habían trabajado bajo el resplandor de los cañaverales o dentro del sopor de los ingenios. Nadie podía hacerles un “cuento chino” de algo que para ellos era una cuestión de honor.
Aunque Aurelio no solía decir malas palabras, siempre le dedicaba la misma frase a Juan Varela Pérez: “¡Ese comemierda no sabe lo que está diciendo!”. En la edición de hoy de Granma, el periodista “preferido” de mi abuelo asegura que “por la influencia directa del bloqueo (…) la producción arrocera dejó de cosechar en la pasada campaña de frío 24,700 toneladas de ese cereal”. De estar vivo, Aurelio le hubiera mascullado hoy su frase invariable.
La producción de arroz, como todos los renglones productivos en Cuba, ha descendido a niveles críticos por la incalculable incapacidad del Gobierno para dirigir la economía. El embargo (llamarle bloqueo es la primera mentira) no es el culpable de la más importante limitación que afecta a la agricultura del país: la falta de estímulos de los campesinos para cultivar.
Cuando yo era niño, cada cordel de tierra de mi pueblo estaba sembrado. Según se ve en Google Earth, ahora solo se está arando en el potrero de Felo López, en un pedazo de la colonia de Claudio Yero y en la antigua quinta donde vivía mi amigo Norberto. Si alguien bloquea, es el régimen que invalida toda iniciativa realmente productiva y exprime hasta la inoperancia a los más emprendedores.
El cuento chino del arroz no se lo cree ni Juan Varela Pérez. Pero la falsedad para él es un modo de vida. Es algo que ejerce con riguroso descaro desde los años setenta, cuando se paraba en los noticieros a decir que todas las metas serían cumplidas y escondía, debajo de los porcientos y la retórica, el desastre inevitable.
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