Mi padre tenía un Dodge 1500. Era amarillo. El número 8 de la flota de taxis de la base de Manicaragua. Solía pasar mis vacaciones con él, era una especie de copiloto. Cuando iban más de dos pasajeros, me sentaba a su lado, sobre un banquito que él mismo hizo con los restos de un sillón de majagua que el comején había devastado.
Un día estábamos en la piquera del hospital y llegó un señor muy viejo con una tristeza enorme. No tenía dientes ni fuerza, pero a juzgar por su tamaño se deducía que había sido corpulento alguna vez. “¿Me puede llevar a La Felicidad?”, preguntó cabizbajo. Mi padre le dijo el precio del viaje y él asintió sin levantar la vista. Cuando llegamos a la Loma del Sijú empezó a llorar.
A principios de los años 60, en el Escambray, una cordillera que hay en el centro de Cuba, hubo una guerra civil. Antiguos revolucionarios, terratenientes y opositores al socialismo se levantaron en armas. Fidel Castro bautizó aquel suceso como “lucha contra bandidos” y los campesinos de la zona que apoyaron a los alzados fueron reconcentrados en el extremo occidental de la isla.
Sandino, un lugar que no existía, se convirtió en el pueblo fantasma donde vivieron su forzado destierro todas aquellas familias. A su alrededor sólo había mangle y el fin de una península donde también se acaban el golfo de México y el mar Caribe. El hombre cabizbajo venía de Sandino. Veinte años después, regresaba a su lugar en el mundo.
Cuando llegamos le dio a mi padre un billete de 20 pesos (que en aquel entonces era muchísimo dinero) y dijo que no le devolviera nada. Hacía mucho frío y acababa de llover. Mi padre dobló en "u" y el Dodge 1500 emprendió el descenso hacia Manicaragua por aquella carretera llena de abismos. Miré hacia atrás y el hombre sin dientes seguía sin moverse. Doblado sobre sí mismo, lloraba como un niño.
Me resultó extraño que alguien se comportara de ese modo, justo en un lugar llamado La Felicidad.
Un día estábamos en la piquera del hospital y llegó un señor muy viejo con una tristeza enorme. No tenía dientes ni fuerza, pero a juzgar por su tamaño se deducía que había sido corpulento alguna vez. “¿Me puede llevar a La Felicidad?”, preguntó cabizbajo. Mi padre le dijo el precio del viaje y él asintió sin levantar la vista. Cuando llegamos a la Loma del Sijú empezó a llorar.
A principios de los años 60, en el Escambray, una cordillera que hay en el centro de Cuba, hubo una guerra civil. Antiguos revolucionarios, terratenientes y opositores al socialismo se levantaron en armas. Fidel Castro bautizó aquel suceso como “lucha contra bandidos” y los campesinos de la zona que apoyaron a los alzados fueron reconcentrados en el extremo occidental de la isla.
Sandino, un lugar que no existía, se convirtió en el pueblo fantasma donde vivieron su forzado destierro todas aquellas familias. A su alrededor sólo había mangle y el fin de una península donde también se acaban el golfo de México y el mar Caribe. El hombre cabizbajo venía de Sandino. Veinte años después, regresaba a su lugar en el mundo.
Cuando llegamos le dio a mi padre un billete de 20 pesos (que en aquel entonces era muchísimo dinero) y dijo que no le devolviera nada. Hacía mucho frío y acababa de llover. Mi padre dobló en "u" y el Dodge 1500 emprendió el descenso hacia Manicaragua por aquella carretera llena de abismos. Miré hacia atrás y el hombre sin dientes seguía sin moverse. Doblado sobre sí mismo, lloraba como un niño.
Me resultó extraño que alguien se comportara de ese modo, justo en un lugar llamado La Felicidad.
11 comentarios:
Camilo,
A La Felicidad fui dos veces: una siendo muy niño, cuando todavía el cura de Cumanayagua tenía un chalet allí, con perros de caza y unas cabañas para visitantes; otra, en 1967, cuando me llevaron a la primera de todas las escuelas al campo, ya idos los curas, a chapear café. Nos albergaron el las mismas cabañas que antes habían alojado a mi familia veraneante, y el roce del machete me hizo un siete-cueros que puso en peligro mi mano derecha.
Gracias por este recuerdo tan puro y tan amargo, me ha amarrado un nudo en la garganta...
Néstor
Las ruinas me encontraran impávido, repetía a menudo Cabrera Infante. Y siempre me daba la impresión de un pobre hombre defendiéndose contra ese mismo dolor.
Qué lindo...
Hermoso texto, Camilo. Testimonio de esa aberrante sociedad en la que crecimos.
Me hiciste llorar con esta historia.
Un abrazo cubano
Asere:
Genial, una historia de verdad conmovedora, que si no fuera cierta y tuya, sería uno de los mejores cuentos de Juan Rulfo.
Camilo esto es parte de un libro que tienes que hacer con muchas de las cosas que hay aqui en EL FOGONERO. Sigue escribiendo esas vivencias que todos los que te leemos te lo vamos a agradecer. En cuanto a la historia que cuentas, es parte de esa gran tragedia que es la revolución. Nunca los cubanos sabremos a ciencia cierta el precio que tuvimos que pagar por esa aventura de Fidel Castro.
mis respetos para usted y sus vivencias
Tremenda historia, y bella tu forma de presentarla. Gracias por compartirla con tus lectores.
Kmilo, te confieso que, antes he leído tu blog, pero nada como para tomármelo en serio a la hora de comer desperdicios. Sin embargo, hoy descubro tu excelente relato. Historia, que sin tu permiso, reproduzco en mi corral, y la que me hace dejar a un lado mis intenciones de joder, las que al final, no llegué a practicar por respeto a su escritura, lo que demuestra que (al menos con este relato)no debo mortificarlo. Un saludo y visite mi corral.
El Puerco.
Oye se de ti por la internet que he buscado pues una vez me dijeron que estabas preso, pero con gran alivio vi que estabas en R. Dominicana. Esa foto que pones del Escambray la he visto muchas veces. Trata de ver un documental que se llama "Porfirio Martires del Escambray", yo estuve en las entrevistas de muchos de los que pelearon y de familiares de otros tantos que fusilaron, que decirte de esa parte oculta de la luna que jamas fue o tuvo luz alguna. Un beso grande
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