Mi abuelo hablaba de su ron preferido como si se tratara de un amigo que emigró y que nunca más volvió a ver. Todas las tardes de su vida se iba al Bar Arelita a tomarse un solo trago de un solo golpe. Siempre que aquel aguardiente sin nombre por fin le pasaba, decía una misma frase: “¡Ah, si esto fuera Bacardí”!
Cuando yo emigré y descubrí el Bacardí 8 años, pensé en mi abuelo y compré una botella. Al abrirla hice un viejo ritual de mi país: eché el primer trago al suelo y se lo dediqué a mi Aurelio, aquel viejo ferroviario que se murió lleno de nostalgia por sus antiguas costumbres.
Varios amigos míos han descubierto el Bacardí 8 años mientras oyen el cuento del anciano cubano. Ellos, a su vez, se lo han brindado a sus amigos y así, de una manera tan impredecible como el vuelo de los murciélagos, todos se han ido contagiando.
Un mercadólogo diría que eso es marketing viral. Pero yo sé que es nostalgia. Eso es lo que sucede cuando un deseo se añeja y pasa de generación en generación.
Cuando yo emigré y descubrí el Bacardí 8 años, pensé en mi abuelo y compré una botella. Al abrirla hice un viejo ritual de mi país: eché el primer trago al suelo y se lo dediqué a mi Aurelio, aquel viejo ferroviario que se murió lleno de nostalgia por sus antiguas costumbres.
Varios amigos míos han descubierto el Bacardí 8 años mientras oyen el cuento del anciano cubano. Ellos, a su vez, se lo han brindado a sus amigos y así, de una manera tan impredecible como el vuelo de los murciélagos, todos se han ido contagiando.
Un mercadólogo diría que eso es marketing viral. Pero yo sé que es nostalgia. Eso es lo que sucede cuando un deseo se añeja y pasa de generación en generación.
1 comentario:
Oye, estas miniaturas están buenísimas mi socio. Gracias.
Publicar un comentario