20 enero 2020

Federico cumple 100 años

Un día como hoy, hace cien años, nació en Rímini una de las personas que más me ha inspirado. No olvido la noche que vi Amarcord. Todavía estaba hundido en la butaca cuando acabaron de pasar los créditos y encendieron las luces del cine La Rampa. Afuera me esperaba La Habana, pero yo estaba renuente a salir de la película.
Esos 127 minutos cambiaron mi vida para siempre, porque nunca más volví a ver al mundo con los ojos que lo veía antes de pagar los 80 centavos que me costó la entrada a la Cinemateca. Poco después me subí a un tren y volví al Paradero de Camarones. Quería verlo como Federico Fellini veía a Borgo.
A veces, en los momentos menos esperados, la música de sus películas suena en mi cabeza. Más de una vez he visto a Marcello Mastroianni en el andén de una estación, esperando a que llegue un tren para que 8 ½ empiece. Entré a verla en esa edad en que solo se desea ser adulto. Salí del cine orgulloso de toda la inocencia que aún me quedaba.
Si tuviera que elegir una entre tantas y tantas enseñanzas que me ha dado (¡y me sigue dando!), escogería su manera de entenderse con la poesía. En sus películas, como en la vida cotidiana, la poesía está en todas partes. Solo hay que saber reparar en ella.
Miraba como nadie más ha mirado. Ver lo que él veía (e imaginaba) proyectado en una pantalla, me hizo una persona muy diferente a la que debí haber sido. Sigo pensando que el arte no cambia ni debe cambiar nada. Esa no es su función. Pero a mí me cambió (y me sigue cambiando) Federico Fellini.
Feliz cumpleaños, maestro.

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