Perfumito era colero. Su oficio consistía en viajar en el último vagón de los trenes de carga. Todas las tardes, poco después de las cuatro, pasaba por Camarones, diciendo adiós desde el caboose de un largo convoy de azúcar que circulaba entre Cienfuegos y Sagua la Grande.
−¡Yeroooo! −Le gritaba a mi abuelo desde el estribo, mientras se alejaba.
−¡Perfumitooo! −Le respondía mi abuelo, haciendo un largo gesto con sus brazos.
Durante aquellos años, hablo de la década del setenta del siglo pasado, desaparecieron muchísimas cosas, costumbres y personajes a nuestro alrededor; en cambio Perfumito nunca faltó a su cita con la abúlica tarde de mi pueblo. Poco después de las cuatro, se sucedían los dos pitazos de la locomotora y los dos gritos de los ferroviarios.
−¡Yeroooo!
−¡Perfumitooo!
Olvidé un detalle, la razón del nombrete. El insoportable olor a Coronilla de su aliento era la evidencia de que aquel viejo negro ahogaba todas sus malas noches en aguardiente, debajo de un mosquitero lleno de grasa, en el albergue de la Hermandad Ferroviaria.
La última tarde de su vida, Perfumito no llegó a pasar por Camarones. Unos kilómetros antes, en la estación de Palmira, el tren se detuvo para levantar unos vagones de un apartadero. Él mejor que nadie conocía aquella pendiente; pero tratando de ganar tiempo, no calzó al cabouse ni le puso la retranca.
A duras penas logró subirse al vagón. Rodríguez asegura que pasó a cien kilómetros por el patio de Candelaria. Dice que Perfumito iba aterrorizado, sujetándose con ambas manos de la baranda. En Cienfuegos cambiaron todos los chuchos para que cayera al mar sin chocar contra nada.
A la mañana siguiente trataron de rescatar al cabouse con la grúa del Auxilio Mayor, pero desistieron cuando el día se puso oscuro. Dicen que todavía pueden verse sus hierros oxidados si baja mucho la marea. El cuerpo de Perfumito, en cambio, nunca apareció. Nadie se explica la forma en que se lo tragó la bahía, ahí mismo, en la orilla.
Al cabo de los años, poco después de las cuatro, cada vez que pasaba el largo tren de carga, se oían los dos gritos con nitidez. En la década del setenta del siglo pasado, desaparecieron muchísimas cosas, costumbres y personajes a nuestro alrededor; pero Perfumito nunca faltó a su cita con la abúlica tarde de mi pueblo, ni siquiera después de muerto.
−¡Yeroooo!
−¡Perfumitooo!
−¡Yeroooo! −Le gritaba a mi abuelo desde el estribo, mientras se alejaba.
−¡Perfumitooo! −Le respondía mi abuelo, haciendo un largo gesto con sus brazos.
Durante aquellos años, hablo de la década del setenta del siglo pasado, desaparecieron muchísimas cosas, costumbres y personajes a nuestro alrededor; en cambio Perfumito nunca faltó a su cita con la abúlica tarde de mi pueblo. Poco después de las cuatro, se sucedían los dos pitazos de la locomotora y los dos gritos de los ferroviarios.
−¡Yeroooo!
−¡Perfumitooo!
Olvidé un detalle, la razón del nombrete. El insoportable olor a Coronilla de su aliento era la evidencia de que aquel viejo negro ahogaba todas sus malas noches en aguardiente, debajo de un mosquitero lleno de grasa, en el albergue de la Hermandad Ferroviaria.
La última tarde de su vida, Perfumito no llegó a pasar por Camarones. Unos kilómetros antes, en la estación de Palmira, el tren se detuvo para levantar unos vagones de un apartadero. Él mejor que nadie conocía aquella pendiente; pero tratando de ganar tiempo, no calzó al cabouse ni le puso la retranca.
A duras penas logró subirse al vagón. Rodríguez asegura que pasó a cien kilómetros por el patio de Candelaria. Dice que Perfumito iba aterrorizado, sujetándose con ambas manos de la baranda. En Cienfuegos cambiaron todos los chuchos para que cayera al mar sin chocar contra nada.
A la mañana siguiente trataron de rescatar al cabouse con la grúa del Auxilio Mayor, pero desistieron cuando el día se puso oscuro. Dicen que todavía pueden verse sus hierros oxidados si baja mucho la marea. El cuerpo de Perfumito, en cambio, nunca apareció. Nadie se explica la forma en que se lo tragó la bahía, ahí mismo, en la orilla.
Al cabo de los años, poco después de las cuatro, cada vez que pasaba el largo tren de carga, se oían los dos gritos con nitidez. En la década del setenta del siglo pasado, desaparecieron muchísimas cosas, costumbres y personajes a nuestro alrededor; pero Perfumito nunca faltó a su cita con la abúlica tarde de mi pueblo, ni siquiera después de muerto.
−¡Yeroooo!
−¡Perfumitooo!
3 comentarios:
Pero tu nostalgia es muy linda, aunque lloro, te sigo leyendo, son cosas de los pueblos y me recuerda el mio, que tambien tenia esos personages.
Camilo querido.
Qué hermoso este recuerdo. Se nota que es un recuerdo. Se parece a mis recuerdos de Remedios. Te acuerdas cuando visitamos a mis abuelos en aquella Gira de Víctor, nuestro querido Víctor Rodríguez?
Alguna vez te dije que algunas de las cenefas que pintaste para la escenografía de los conciertos de Víctor las puse en la habitación de alamar que mi madre siempre conservaba para mi?
Eran hermosas tus cenefas, llenas de trencitos y dibujos de ensueños, como este relato. Por favor, nunca dejes de ser poeta que los poetas ayudan a los hijos de vecino, como yo, a ser felices a pesar de los pesares.
Mil gracias
Siempre hay algún trasnochado incapaz de detectar cuando de buena literatura se trata.Más que un recuerdo es cuento perfectamente bien estructurado,si no lo cree,lea a los clásicos y podrá darse cuenta, digo, si es capaz
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