El viejo La Fayé nunca en su vida había oído el nombre de Manuel Moreno Fraginals. Al cabo de treinta años como maestro puntista se acaba de enterar de que ese tal Fraginals era el hombre que más sabía de azúcar en Cuba y que escribió un libro llamado El ingenio.
Todavía faltan tres horas para que llegue el mediodía y ya todo está ardiendo. El viejo La Fayé lo único que tiene en el estómago es un pedazo de pan que sobró de ayer y un vaso de refresco de naranja agria. “No había más ná”, piensa mientras el cítrico se ensaña con su úlcera.
El aula fue construida dentro del coche Pullman, el antiguo vagón de los dueños del ingenio. Ya no queda nada de todo el lujo que hubo en su interior. Ni las lámparas de araña, ni la vajilla del alquimista alemán Friedrich Böttger, ni los muebles de maderas preciosas. Lo único que permanece es el armazón oxidado, revestido por dentro con tablas de bagazo y adornado por fuera con un cartel de letras góticas: Cursos de Superación para Trabajadores Azucareros.
En la zafra de 2002 fueron clausurados 84 centrales azucareros en toda Cuba. Los obreros y los trabajadores agrícolas de esas industrias fueron enviados a estudiar.
“Por primera vez se pone en práctica el concepto del estudio como empleo, y seguramente uno de los más importantes empleos. Un contingente de varios miles de trabajadores azucareros, excedentes, podemos decir, como consecuencia de la reestructuración de la industria azucarera, se inicia en un ambicioso y grandioso programa de superación”, dijo Fidel Castro en el acto inaugural del curso.
Mientras el calor y el ácido de la naranja agria desvanecían el cuerpo del viejo La Fayé, el maestro comentaba el capítulo Trabajo y sociedad de El ingenio.
−Como pueden ver −dijo el maestro mirando por una de las ventanillas del vagón, como si deseara que aquel hierro varado se pusiera en marcha−, las raciones diarias para los negros esclavos del camino de hierro Habana-Güines eran de ocho onzas de tasajo, ocho plátanos y dieciocho onzas de harina de maíz…
−Oiga, maestro −dijo el viejo La Fayé quitándose el sudor de encima con las dos manos−, ahora mismo, por ocho onzas de tasajo, yo solito chapeo la línea de aquí a Palmira y después me dejo dar cien latigazos.
Todavía faltan tres horas para que llegue el mediodía y ya todo está ardiendo. El viejo La Fayé lo único que tiene en el estómago es un pedazo de pan que sobró de ayer y un vaso de refresco de naranja agria. “No había más ná”, piensa mientras el cítrico se ensaña con su úlcera.
El aula fue construida dentro del coche Pullman, el antiguo vagón de los dueños del ingenio. Ya no queda nada de todo el lujo que hubo en su interior. Ni las lámparas de araña, ni la vajilla del alquimista alemán Friedrich Böttger, ni los muebles de maderas preciosas. Lo único que permanece es el armazón oxidado, revestido por dentro con tablas de bagazo y adornado por fuera con un cartel de letras góticas: Cursos de Superación para Trabajadores Azucareros.
En la zafra de 2002 fueron clausurados 84 centrales azucareros en toda Cuba. Los obreros y los trabajadores agrícolas de esas industrias fueron enviados a estudiar.
“Por primera vez se pone en práctica el concepto del estudio como empleo, y seguramente uno de los más importantes empleos. Un contingente de varios miles de trabajadores azucareros, excedentes, podemos decir, como consecuencia de la reestructuración de la industria azucarera, se inicia en un ambicioso y grandioso programa de superación”, dijo Fidel Castro en el acto inaugural del curso.
Mientras el calor y el ácido de la naranja agria desvanecían el cuerpo del viejo La Fayé, el maestro comentaba el capítulo Trabajo y sociedad de El ingenio.
−Como pueden ver −dijo el maestro mirando por una de las ventanillas del vagón, como si deseara que aquel hierro varado se pusiera en marcha−, las raciones diarias para los negros esclavos del camino de hierro Habana-Güines eran de ocho onzas de tasajo, ocho plátanos y dieciocho onzas de harina de maíz…
−Oiga, maestro −dijo el viejo La Fayé quitándose el sudor de encima con las dos manos−, ahora mismo, por ocho onzas de tasajo, yo solito chapeo la línea de aquí a Palmira y después me dejo dar cien latigazos.
4 comentarios:
¡Así mismitico es! Y que se alegre que había naranja agria...
Desde luego, los esclavos aquéllos comparados con los esclavos de Castro eran ricos. Aunque esa riqueza le costase cien latigazos. Los esclavos del comunismo no reciben latigazos, pero igualmente no son libres.
Primera vez que accedo al blog. Ha sido la recomendación de PD la que me ha traído hasta acá.
Uno: el nombre de su lugar en el mundo me ha parecido un buen comienzo. Paradero de Camarones... tan bello...
El relato, de nota.
Nomás una cosita: Lo de 'Frajinals' con JOTA suena raro. Mejor se ve como 'Fraginals', ¿no?
Sus palabras me recuerdan a aquello que decían en La Habana hace unos años: "Vamos tan p'atrás, tan p'atrás, que cualquier día de éstos conocemos a Martí".
Viene a ser la misma cosa.
Ay, la Revolución! A cuántos se les llena la boca con sus bondades y que poco la han vivido, la han sufrido.
Gracias por la reflexión.
No conocía esa frase que cita el anónimo más arriba sobre Martí.
Realmente ingeniosa y muy sabia. Pura sabiduría de la vox populi.
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