La Fundación Mapfre (http://www.fundacionmapfre.com/) ha cargado con 33 obras (12 bronces, 3 mármoles y 18 yesos) de Auguste Rodin para exhibirlas en Madrid. Cada una de esas esculturas es una prueba convincente de que, a finales del siglo XIX, Europa vivía desnuda de cuerpo y alma.
Desde el poema más breve hasta el edificio más voluptuoso, todo en aquel tiempo remitía al sexo. Mientras Sigmund Freud acostaba a Occidente en un diván para sicoanalizarlo, Gustav Klimt y Egon Schiele dejaban una escandalosa constancia de lo que sucedía a su alrededor.
Rodin, por su lado, hizo el amor, una y otra vez, a punta de cincel. Por eso sus cuerpos ahora son testigos de excepción del mundo que una década después sería borrado a cañonazos. Hombres y mujeres fueron forzados a vestirse y a combatir de un lado o del otro. Nunca más volvieron a ser los mismos después que regresaron de los campo de batalla.
De los amantes de Klimt y de las lesbianas de Schiele sólo quedaron sus siluetas inmóviles. Cualquiera de ellos pudiera ser quien grita horrorizado en un lienzo de Edvard Munch. A partir de entonces el continente no pudo volver a ser tan descaradamente libre. Es eso lo que nos dicen una y otra vez esos amantes de piedra que Mapfre llevó a Madrid con la intención de darnos envidia a todos, allá y aquí, en el pasado, en el presente y en el futuro.
Desde el poema más breve hasta el edificio más voluptuoso, todo en aquel tiempo remitía al sexo. Mientras Sigmund Freud acostaba a Occidente en un diván para sicoanalizarlo, Gustav Klimt y Egon Schiele dejaban una escandalosa constancia de lo que sucedía a su alrededor.
Rodin, por su lado, hizo el amor, una y otra vez, a punta de cincel. Por eso sus cuerpos ahora son testigos de excepción del mundo que una década después sería borrado a cañonazos. Hombres y mujeres fueron forzados a vestirse y a combatir de un lado o del otro. Nunca más volvieron a ser los mismos después que regresaron de los campo de batalla.
De los amantes de Klimt y de las lesbianas de Schiele sólo quedaron sus siluetas inmóviles. Cualquiera de ellos pudiera ser quien grita horrorizado en un lienzo de Edvard Munch. A partir de entonces el continente no pudo volver a ser tan descaradamente libre. Es eso lo que nos dicen una y otra vez esos amantes de piedra que Mapfre llevó a Madrid con la intención de darnos envidia a todos, allá y aquí, en el pasado, en el presente y en el futuro.
1 comentario:
Pues, con lo me gusta Rodin, igual me acerco a Madrid.
La verdad que todo esa época de Rodin está muy bien reflejada por Stefan Zweig en su autobiografía llamada "Un mundo de ayer".
Todavía el falo no se había convertido en algo doctrinario, como decía Michaux.
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