14 mayo 2008

El zoológico de cristal

En el batey del ingenio Hormiguero había un zoológico. Al final de un laberinto de hiedras y arbustos desconocidos, estaban las jaulas. Como una de las hijas de don Fernando De la Riva padecía de claustrofobia y aborrecía cualquier tipo de encierro, tuvieron que retirar los balaustres y en su lugar pusieron gruesos cristales.
Un león de los pantanos del Okavango, un tigre siberiano, un oso pardo y una infinidad de monos procedentes de las más remotas latitudes, permanecieron allí por años. El zoológico de cristal del ingenio Hormiguero fue la gran atracción de la zona y el trasfondo de innumerables fiestas de quinces y bodas.
En la noche, los rugidos de aquellas fieras se escuchaban aún más alto que el ruido incesante de la maquinaria del ingenio. Nunca le faltó nada a ninguno de aquellos animales. Cada semana se sacrificaba un toro para los felinos y en el tren de la madrugada, con toda puntualidad, llegaba desde La Habana una caja con salmones de Alaska para el oso.
Cuando la familia De la Riva abandonó el país, a mediados de 1960, le fue imposible cargar con sus fieras. El león del delta del Okavango, el tigre siberiano, el oso pardo y la infinidad de monos pasaron a formar parte de los bienes intervenidos por el Gobierno Revolucionario.
Muy poco tiempo después el oso tuvo que acostumbrarse al sabor a tierra de las biajacas. El león y el tigre aprendieron a comer del mismo salcocho que les daban a los cerdos. La mayoría de los monos se murió de una enfermedad fulminante y los que quedaron fueron desapareciendo poco a poco.
El los días más tensos de la zafra del 70, hubo un problema con el abastecimiento de comida y el central amaneció sin nada que echarle a los calderos para el almuerzo. De inmediato alguien dio la orden de que se sacrificaran las fieras del zoológico. El asunto se manejó con tanta discreción, que ninguno de los obreros supo que aquel fricasé era de tres carnes: león, tigre y oso.
Pocos días después, el nuevo administrador del central hizo que colgaran la cabeza disecada del león en su oficina, entre una foto de Camilo Cienfuegos y otra de Ernesto Guevara. Los tres, tanto el felino como los guerrilleros, lucían unas melenas impecables.

2 comentarios:

Jo Ruiz dijo...

Una excelente parábola, amigo. Lo de la cabeza disecada entre Camilo y Che, no tiene desperdicio.
No sé si será sólo ficción, pero era muy común en aquella época eso de criar grandes felinos en mansiones cubanas como si de gatos y perros se tratase. Mi abuela misma me contaba que un aristócrata de Matanzas(creo que era Carlos Manuel de Céspedes,quien llegó a ser presidente interino de Cuba luego la caída de Machado) también criaba fieras en su mansión. Y que no podía dormir, de puro miedo a los rugidos, por las noches.
Me ha gustado mucho esta narración. Por cierto, cuando leí tus poemas hace años(todavía conservo algunos en esa antología llamada "De transparencia en transparencia") pensé que tú podías ser un excelente narrador.
Saludos.

Anónimo dijo...

Lindo, me encanto eso: "Los tres, tanto el felino como los guerrilleros, lucian unas melenas impecables"...la imagen es exquisita.