Hace poco un amigo me preguntó cuáles eran, para mí, las diferencias más claras entre el sentido del humor dominicano y el cubano. Por un momento, la conversación se tornó muy compleja y hubo que desmenuzarla en regiones e idiosincrasias. Aunque, al final, tuvimos que volver a ese punto donde siempre confluyen las risas y carcajadas de ambas naciones: La tremenda corte.
Cuando yo nací, ya en Cuba no se podían pronunciar en voz alta los nombres de Pototo y Filomeno. Ambos habían sido excomulgados y borrados del mapa de la cultura nacional junto a Chicharito, Sopeira y Álvarez Guedes, entre muchos otros. Sólo se les mencionaba en voz muy baja, de casualidad o cuando algún artista, aprovechándose de su ausencia, los imitaba.
Yo me enteré de su existencia la primera vez que me abotoné mal mi camisa de pionero. “Arréglate eso –me dijo mi abuela Atlántida–, mira que te pareces a Pototo”. Obviamente no entendí lo que me decía y ella, por precaución, tampoco quiso explicarme. Cincuenta años después de su partida, Cuba aún conserva una frase para combatir a los bromistas: “¡No te hagas el gracioso, que tú no eres Tres Patines!”
Respecto al humor, República Dominicana y Cuba tienen otra cosa en común. Ambos países poseen una capacidad infinita para reírse de sí mismos. Toda calamidad nacional encuentra de inmediato una solución humorística. Da lo mismo que sea una crisis económica o una devastadora gripe, siempre hay un genio anónimo dispuesto a bautizar cada suceso con los más sarcásticos calificativos.
Tanto dominicanos como cubanos son también agudos cultivadores del humor político. Incluso muchos chistes, como el del longevo galápago, se cuentan de manera idéntica (lo único que cambia en ellos es el protagonista: aquí es Balaguer y allá, Fidel). Aunque, en honor a la verdad y gracias a la censura, los cubanos han sacado cierta ventaja en esto. Si los episodios de Pepito y el Comandante en Jefe fueran llevados al cine, podrían convertirse en una serie tan exitosa como la de Astérix y Obélix.
Hace poco oí decir que Guillermo Álvarez Guedes era uno de los más grandes antropólogos cubanos. Es cierto que en esa infinidad de chistes están las claves de lo que, en sus indagaciones, Jorge Mañach llamó choteo. Pero si de antropología del humor cubano se trata, hay que revisar de arriba a abajo la obra de Samuel Feijóo, un poeta villareño que deambuló por los campos de su provincia copiando las cuartetas, décimas y cuentos que guardaban en su memoria los campesinos.
La gran mayoría de ellas se publicaron en incontables volúmenes y revistas. Otras, por razones obvias, tuvieron que se calladas. Reproduzco aquí una décima anónima que Feijóo salvó del olvido, pero que nunca pudo ser revelada. Ella prueba la audacia y el talento de esos guajiros que jamás leyeron a Cervantes y que aún no saben quién es Quevedo:
“En tiempos del batistato
me dijo un guajiro un día
que si Batista caía
andaba un mes si zapatos.
Pasó aquel gobierno ingrato
de estirpe malvada y cruel
y el mismo guajiro aquel
me dijo a mí, compañero,
yo andaría un año en cueros
si se cayera Fidel”.
Como dijo el más lúcido de todos los Marx, Groucho, “las bromas son más efectivas que las bombas para resolver grandes conflictos”. Esa puede ser la razón por la que en nuestras islas la gente prefiera morir, por encima de cualquier otra causa, de la risa.
Cuando yo nací, ya en Cuba no se podían pronunciar en voz alta los nombres de Pototo y Filomeno. Ambos habían sido excomulgados y borrados del mapa de la cultura nacional junto a Chicharito, Sopeira y Álvarez Guedes, entre muchos otros. Sólo se les mencionaba en voz muy baja, de casualidad o cuando algún artista, aprovechándose de su ausencia, los imitaba.
Yo me enteré de su existencia la primera vez que me abotoné mal mi camisa de pionero. “Arréglate eso –me dijo mi abuela Atlántida–, mira que te pareces a Pototo”. Obviamente no entendí lo que me decía y ella, por precaución, tampoco quiso explicarme. Cincuenta años después de su partida, Cuba aún conserva una frase para combatir a los bromistas: “¡No te hagas el gracioso, que tú no eres Tres Patines!”
Respecto al humor, República Dominicana y Cuba tienen otra cosa en común. Ambos países poseen una capacidad infinita para reírse de sí mismos. Toda calamidad nacional encuentra de inmediato una solución humorística. Da lo mismo que sea una crisis económica o una devastadora gripe, siempre hay un genio anónimo dispuesto a bautizar cada suceso con los más sarcásticos calificativos.
Tanto dominicanos como cubanos son también agudos cultivadores del humor político. Incluso muchos chistes, como el del longevo galápago, se cuentan de manera idéntica (lo único que cambia en ellos es el protagonista: aquí es Balaguer y allá, Fidel). Aunque, en honor a la verdad y gracias a la censura, los cubanos han sacado cierta ventaja en esto. Si los episodios de Pepito y el Comandante en Jefe fueran llevados al cine, podrían convertirse en una serie tan exitosa como la de Astérix y Obélix.
Hace poco oí decir que Guillermo Álvarez Guedes era uno de los más grandes antropólogos cubanos. Es cierto que en esa infinidad de chistes están las claves de lo que, en sus indagaciones, Jorge Mañach llamó choteo. Pero si de antropología del humor cubano se trata, hay que revisar de arriba a abajo la obra de Samuel Feijóo, un poeta villareño que deambuló por los campos de su provincia copiando las cuartetas, décimas y cuentos que guardaban en su memoria los campesinos.
La gran mayoría de ellas se publicaron en incontables volúmenes y revistas. Otras, por razones obvias, tuvieron que se calladas. Reproduzco aquí una décima anónima que Feijóo salvó del olvido, pero que nunca pudo ser revelada. Ella prueba la audacia y el talento de esos guajiros que jamás leyeron a Cervantes y que aún no saben quién es Quevedo:
“En tiempos del batistato
me dijo un guajiro un día
que si Batista caía
andaba un mes si zapatos.
Pasó aquel gobierno ingrato
de estirpe malvada y cruel
y el mismo guajiro aquel
me dijo a mí, compañero,
yo andaría un año en cueros
si se cayera Fidel”.
Como dijo el más lúcido de todos los Marx, Groucho, “las bromas son más efectivas que las bombas para resolver grandes conflictos”. Esa puede ser la razón por la que en nuestras islas la gente prefiera morir, por encima de cualquier otra causa, de la risa.
1 comentario:
No creas, hay bromas que precisamente han desatado conflictos, ya que no todo el mundo tiene el mismo sentido del humor, y lo que en Cuba puede causar mucha gracia, en otros sitios puede parecer un insulto. Aunque sí, es verdad, con buen humor se puede arreglar cualquier malentendido.
Hablas de Feijoo,gran poeta. Echo de menos sus libros que me dejé allí en Cuba. La décima es buenísima.
No conozco el humor dominicano, pero un país que tiene tan buenos peloteros como Pujols o Manny Ramirez tiene que tener también buenos humoristas al estilo Alvarez Guedes.
Saludos.
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