La tarde yace del otro lado del río,
la vi caer poco después
de una llovizna que nos obligó
a recoger todo
lo que habíamos tendido.
La tarde en blanco y negro,
ligeramente desenfocada,
se tumbó sobre la tierra.
La lluvia arreció,
ya Madrid parecía lista
para enfrentar
otra noche difícil.
Fue entonces que abrí
el libro de Robert Capa,
justo en la foto
del pesado cañón
emplazado en los trigales.
Los sublevados estaban
en las puertas
de la ciudad
y la tarde,
justo delante de ellos,
se daba por vencida.
A diferencia
del bando perdedor,
no ofrecía
la más mínima resistencia.
Al parecer ella conoce mejor
que nadie a esta ciudad,
sabe muy bien cuando
llega el momento
de llevarse las manos
a la nuca,
tumbarse en el suelo
y rendirse.
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