28 febrero 2025

Los vagones abandonados del Gran Circo Santos y Artigas


(De Papel carbón, publicado por Libros del Fogonero)

Nunca más los volvieron a mover,

permanecieron apartados

hasta que la hierba y el salitre

los borraron del paisaje.

Después de llevar 

asombro, sustos y alegría

por toda la isla,

aquel tren fosforescente

fue ocultado en una vía muerta

al final de la ensenada.

Con tantas metas que cumplir

como tenía el país,

no había lugar para la recreación.

 

Los pueblos aplaudían eufóricos

cuando lo veían pasar,

la locomotora pitaba sin cesar

mientras desfilaban jaulas 

con fieras, 

caballos, 

focas 

y elefantes.

Luego pasaban los coches 

donde vivían

trapecistas, 

domadores, 

payasos, 

magos, 

tragafuegos, 

enanos 

y la solitaria mujer barbuda.

Todos iban diciendo adiós

con medio cuerpo

fuera de las ventanillas.

Por último, el caboose,

donde un vigía 

se aseguraba

de que el convoy

estuviera completo y ninguna 

de las atracciones saltara,

ni las bestias 

ni los monstruos.

Los que llegaron a ver al circo,

siguen llamando a la alegría,

al asombro y a los sustos

por su nombre.

Los que le dijeron adiós

a los artistas,

nunca más 

aplaudieron tanto

por nada que los hiciera 

de verdad tan felices.

 

Como a los vagones abandonados

del Gran Circo Santos y Artigas,

la hierba y el salitre acabaron 

por borrarlo todo.

Nunca más hubo lugar

para la recreación,

incluso cuando tampoco

quedó meta que cumplir,

ni país.

24 febrero 2025

Ponte llega a las 19:00


(De Estación del Norte,  Libros del Fogonero, 2024)
 
Puntual, albariño en mano, Ponte llega a las 19:00. 
Se sienta de espaldas a Madrid y rara vez
vuelve a reparar en ella.
Puestos al día, repartidos los encargos
y servidos los abrazos,
nos alistamos para irnos a La Habana
o perdernos en una de aquellas seis provincias
que acabaron siendo borradas de los mapas.
Porque el destino, 
en un principio,
siempre será aquel país
del que tanto se habla y tan poco queda.
El polvo de las ruinas acaba cayendo
sobre los versos de un poeta,
portugués posiblemente,
inglés si viene al caso, 
ruso si resulta inevitable.
Pasa lista.
Alaba,
inculpa,
celebra,
condena,
rinde honores.
Pero a lo que más tiempo dedica
es a modificar el pasado,
a establecer el relato
de lo que no ocurrió,
de lo que pudo haber sido,
esa página en blanco a la que también 
debemos llamar nación cubana
para no quedarnos con las manos vacías.
Se pone de pie para decir el nombre
de José Alfredo Jiménez,
quita una canción de un manotazo
y pide que la Lupe suba por fin a escena.
Entre bolero y bolero demuestra alguna tesis,
luego se queja de la pobreza
de los postres de Castilla
o canta en italiano una balada de amor.
Lola Flores puede hacerlo llorar
si promete, con Celia Cruz como testigo,
que jamás volvería.
También llora si se imagina el regreso
y cae en cuenta de que Sigfredo Ariel
no estará allí para esperarnos.
Invocamos por última vez
a la delicada isla,
no la de Borges sino la íntima,
la nuestra,
esa que por perder
acabó perdiéndonos.
Ya de madrugada,
si Elena decide cantar lo sentimental,
un vecino puede tocar
para hacernos entender la hora que es.
 
Llegado el momento de irse
por fin vuelve a mirar a Madrid,
lo hace como si tratara
de recordar cómo vino
a parar aquí,
cómo aprendió a orientarse
sin esa brújula que es el mar.
La mañana entonces está por llegar
y ya sabemos que, en esta ciudad,
espera hasta el último minuto 
para hacerlo.
Nos asomamos a la terraza para verlo ir.
Camina de prisa,
como si siguieran esperando por él.
Siempre me queda la duda
si en verdad se dirige a la Estación del Norte
o aún va del Vedado a La Habana Vieja.
Le preguntaré eso la próxima vez,
cuando llegue puntual, albariño en mano, a las 19:00.

23 febrero 2025

La vi caer


La tarde yace del otro lado del río,

la vi caer poco después

de una llovizna que nos obligó 

a recoger todo

lo que habíamos tendido.

La tarde en blanco y negro,

ligeramente desenfocada,

se tumbó sobre la tierra.

La lluvia arreció,

ya Madrid parecía lista

para enfrentar

otra noche difícil.

Fue entonces que abrí

el libro de Robert Capa,

justo en la foto

del pesado cañón

emplazado en los trigales.

Los sublevados estaban

en las puertas

de la ciudad

y la tarde, 

justo delante de ellos,

se daba por vencida.

A diferencia

del bando perdedor,

no ofrecía

la más mínima resistencia.

Al parecer ella conoce mejor 

que nadie a esta ciudad,

sabe muy bien cuando

llega el momento

de llevarse las manos

a la nuca,

tumbarse en el suelo 

y rendirse.

13 febrero 2025

Bajo el incomprensible sol de la Florida


El viaje de Inés y Miguel 
acabó aquí, 
junto a esas flores 
que su nieta 
les acaba de poner, 
después de lavar 
delicadamente 
el bronce 
de su lápida.
Nacieron
en Gran Canaria
(él en 1892,
ella en 1901)
y se conocieron
en Cuba,
donde tuvieron
hijos, una finca, 
una mina, 
una gasolinera
y un Willys.
Querían morir allí,
pero una revolución
(que ellos mismos
contribuyeron
a sufragar)
se los quitó todo.
Esa es la razón
por la que su viaje
acabó aquí
(el de él en 1979,
el de ella en 1987),
tan lejos
de Gran Canaria
y de Cuba, 
bajo el incomprensible 
sol de la Florida.
Aun así, 
no parecen extraños.
Uno al lado del otro,
en un lugar 
del que no tendrán
que irse
y donde ya nadie 
podrá quitarles nada.

08 febrero 2025

La burra de Marlow


Esperamos por ella en el andén

de la estación de Maidenhead,

mientras veíamos pasar,

uno tras otro,

esos apurados convoyes 

que buscan el mar

al final de la niebla.

Retrocedió perezosamente

y esperó la hora exacta

para volver a internarse.

La burra de Marlow

no busca el mar

sino los recodos del río,

esos que le van señalando

los cisnes salvajes

y las reses que permanecen

hundidas en el agua.

Aquel viejo tren,

lento y soñoliento,

supo llevarte de regreso.

Aún no sé cómo se las arregló

para que el caudaloso Támesis

se pareciera tanto

al moribundo Arimao.

Pero lo cierto es que logró

convencerte,

sentiste exactamente 

lo mismo 

cuando cruzaron el puente

y, con la misma ilusión

que solías decirlo,

te pusiste de pie

para avisarle a Diana

que ya estaban llegando.

03 febrero 2025

El pequeño hombre de Abegongo


Y, entonces, justo antes de empezar a subir la más larga cuesta del camino, apareció aquel pequeño hombre con un perrito atado de una fina cuerda. Se detuvo para saludarnos como si nos conociera, el perrito se nos abalanzó para que jugáramos con él. Con el movimiento del bastón terminaba las frases.
Sabía de abejas como Bencho Llenera. Hablaba tan rápido como Felipe Cervera. Tenía las manos llenas de callos y tierra como las manos llenas de callos y tierra de Felo el de Carmen, Benigno el de Ada, Manuel el de Edilia, Ramón el de Natividad, Madrazo el de Cuquita…
Pero de todos al que más se parecía era a Carlos Ayala, el pequeño hombre que le prestaba los arados a mi abuelo Aurelio. Le confesamos nuestro temor por la más larga cuesta del camino. Él se limitó a decirnos que la subía y la bajaba todos los días. Me llenó la cabeza de nombres, pero olvidé preguntarle el suyo.