14 febrero 2022

14 de febrero


Casi toda mi vida tuve una idea equivocada del amor. Primero pensé que era aquella cosquilla que me daban en el estómago cuando bailaba "Hotel California" o una de los Pasteles Verdes. Eran los años 80 y me hallaba en las semioscuridades del Paradero de Camarones. 
Luego pensé, como la mayoría, que tenía que ver con el corazón. Dije “¡te amo!” en los lugares más insólitos. Me recuerdo diciéndolo con los ojos cerrados, en un dancing light que tenía un cohete destellante en su mismo centro y que se llamaba Baikonour (como el cosmódromo de Kazajistán). 
Lo repetí tantas veces, que a la persona que más he amado apenas se lo dicho. Porque el amor no eran ninguna de aquellas cosas que yo pensaba, sino mucho más simple. Es no querer estar solo ni un segundo, porque sientes que te falta un pedazo de tu cuerpo.
Es mirarle a los ojos y ser feliz, aunque no haya música o luces parpadeantes. El domingo pasado, Diana y yo fuimos a caminar por la Loma. Ella iba tan abstraída que se me adelantó. Entonces me paré a mirarla. Cuando se dio cuenta de que me había quedado rezagado, me regañó.
Algo así no produce cosquillas en el estómago ni le hace cerrar los ojos a nadie. Pero cuando llegas a un punto en que incluso los regaños te hacen feliz, es que estás enamorado de verdad. Hoy, por cierto, me regañaron otra vez. No se me ocurrió nada que pudiera sorprenderla y al final no le regalé nada.
Pero al final eso no le importa, porque piensa igual que yo… Menos cuando me adelanto o me atraso y la dejo sola. No soporta que lo haga ni por un momento. Espero que sea porque siente que le falta un pedazo de su cuerpo.

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