10 junio 2021

El arreglador


Efraín Monzoña era el que arreglaba todo en el Paradero de Camarones. En el patio de su casa tenía un pequeño taller y a su alrededor había montañas de cacharros de todas las épocas, donde él escarbaba para encontrar una pieza que le sirviera para componer algo que todavía tenía remedio.
Siempre sin camisa y con los ojos arrugados por la luz de la antorcha de soldar, se movía con una agilidad increíble por un lugar donde no parecía haber espacio para nada más. Afuera, una larga fila de mujeres esperaba impaciente por su fogón de luz brillante para poder ablandar los frijoles del almuerzo.
Cada vez que necesitaba un tornillo o alguna pieza para mi bicicleta, iba donde Efraín. “Busca ahí”, me decía señalando la montaña de cacharros. Una vez encontré un viejo farol y le pregunté si me lo podía llevar. Me dijo que sí con la cabeza y, cuando ya me iba, me hizo una pregunta que me ayudó a escribir un poema.
—¿Para qué sirve, Camilito, un farol que no alumbra?
En las noches, Efraín cruzaba la calle con una impecable camisa de mangas largas y se convertía en el proyeccionista del Cine Justo. Todos los que pasaban por la carretera de Cienfuegos a Santa Clara podían ver su silueta en la pequeña ventana, dibujada por la luz de los carbonos.
—¡Efraín, lámpara! —gritaban los espectadores si la pantalla se ponía oscura.
—¡Efraín, cuadro! —vociferaban si la imagen empezaba a saltar.
Esos dos gritos aún me resuenan en la cabeza cada vez que estoy en un cine y la proyección tiene algún problema. En las tardes llevaba a sus carneros a pastar cerca de la estación. Entonces se acercaba por el andén a la ventana del comedor y mi madre le brindaba una taza de café. 
Siempre aprovecharon ese momento para hablar de sus infancias y recordar cosas y personajes que yo no conocí. Eso me obligaba a permanecer atento a sus conversaciones. Nunca llegó con las manos vacías, siempre trajo un pedazo de calabaza, cuatro tomates, tres mangos, un aguacate…
Desde que Efraín no está en su pequeño taller, rodeado por montañas de cacharros de todas las épocas, nada en el Paradero de Camarones tiene arreglo.

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