Mi madre, como mis abuelos y sus tres hermanos, fue ferroviaria. Los Yero en los ferrocarriles eran como los Veloz en la televisión. Miraras donde miraras, había uno allí. En vacaciones me iba con mi madre a su trabajo. Era la estación de Cienfuegos Carga, un enorme caserón lleno de ferroviarios legendarios.
Bernardo Zamora era el jefe de Terminal. Un hombre alto y bonachón, pero muy exigente, que no toleraba lo mal hecho. Su mesa de trabajo era enorme y, como tenía una amplia ventana al patio de la estación, se veía desde ella todo el movimiento de los trenes.
Gracias a la reputación que me precedía como nieto de Aurelio Yero, Zamora arrinconaba la infinidad de papeles que tenía sobre la mesa para que yo jugara en ella. Martinito me regalaba paquetes de boletines usados (que los conductores recogían antes de llegar a la última estación) y esos eran mis trenes.
El Abuelo, cuya familia había sido dueña de una famosa cafetería, me traía bocaditos de jamón para la merienda (¡los mejores que me he comido en mi vida!). Cuando ya ponía cara de aburrido sobre la mesa de Zamora, Macho me llevaba al patio a jugar con los trenes de verdad.
Así fui varias veces, sobre una vieja y destartalada locomotora alemana, hasta lo último de Reina, donde la línea acababa hundiéndose en la bahía. Me emocionaba cuando aquel tren de combustible desembocaba en la avenida y se abría paso entre guaguas, camiones y rastras.
Marino Vega, el maquinista, me sujetaba con una mano, mientras conducía con la otra, para que yo pudiera sacar la cabeza. Lugones, Arambares y Serralvo (quien para mí era Rafelito, porque estaba casado con mi tía Cary), comprobaban mis conocimientos haciéndome preguntas del Reglamento de Operaciones.
—Este va a ser el mejor de los Yero —vaticinaba Arambares, poniendo a brillar cadenas, anillos y dientes de oro.
—Ese niño no falla —le decía Lugones a mi madre cuando me llevaba de regreso a su oficina—. Dile al viejo Yero que va a ser tremendo ferroviario.
Aunque todos se equivocaron en sus predicciones, acertaron en algo mucho más importante: en el sentido de pertenencia que me inculcaron. En 2011, cuando volví a Cuba después de 10 años, llevé a Diana Sarlabous a conocer la estación de Cienfuegos Carga, donde el niño que fui vivió muchos de sus días más felices.
El edificio se había derrumbado y no quedaba ni rastro del mundo que hubo allí. La tarde caía sobre Cienfuegos y me fui a caminar por el herbazal que había donde antes estuvo el patio de la estación. Zamora, Martinito, El Abuelo, Macho, Marino Vega, Lugones, Arambares y Serralvo iban conmigo.
Ustedes no me creerán, pero fue como se los cuento.Diana Sarlabous en las ruinas de la estación de Cienfuegos Carga, 2011. |
Mi tío Aldo Yero Mosteiro en las ruinas de Cienfuegos Carga. |
1 comentario:
Siempre me he preguntado como es para ustedes ya adultos regresar a su area de vida infantil ,y encontrar todo desvanecido, o destruido ; cuandofue una vida muy activa ,en el caso de una vida alrededor de una estacion de ferrocarriles ;suena desvastador.
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