Nos encanta viajar juntos. Siempre nos las arreglamos para sacarle el mayor provecho a los trayectos que hacemos. Cada vez que volvemos a casa somos diferentes a los que se fueron, porque las experiencias que vivimos acaban cambiándonos.
Durante un doloroso tratamiento, en el que nadie se le podía acercar, me fui con ella a descubrir las rutas más intrincadas de los Everglades. Por esos días, fuimos hasta la estación de Tampa, a una hora señalada, solo para ver llegar el Amtrak. Otros trenes nos han llevado a noches que tampoco podremos olvidar.
Tratamos, incluso, de darle un sentido diferente a los viajes de trabajo. Es así que nos hemos quedado solos, en la madrugada de Murcia, frente a la imponente catedral, o hemos batido pañuelos en el aire de Salamanca, pidiendo una oreja más para ese gran artista que es Andrés Roca Rey.
Nuestro próximo viaje iba a ser a Concord, el pueblo de Thoreau. Habíamos reservado un hotelito muy cerca de la Laguna de Walden, donde Henry David se hizo una cabaña y vivió dos intensos años. Estábamos releyendo sus diarios para conocer bien el terreno antes de llegar a él.
Pero la pandemia del coronavirus paralizó al mundo y nos tuvimos que quedar encerrados en casa. Todos estos días, sin ni siquiera poder ir a la Loma, también han sido un viaje. Nos hemos disfrutado más en todos los sentidos. descubrimos, incluso, nuevas formas de pelear y de reconciliarnos.
José Lezama Lima solía decir que él era un viajero inmóvil, porque andaba el mundo entero a través de los libros, sin tener que levantarse del sillón que tenía en la sala de su casa. Diana Sarlabous es mi viaje. Ella es el mundo que recorro dentro y fuera de casa.
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