12 abril 2020

Rudolf Häsler en Cuba, una historia de amor y terror

Rudolf Häsler y su esposa María Lola en Cuba.
Casi todas las historias que Diana me cuenta de los años que vivió en Cataluña, empiezan o se acababan en casa de su querida tía María Lola y sus primos Rodolfo, Alejandro, Ana y Juan Carlos Häsler. De todos ellos solo conocía a Rodolfo, por poemas suyos que, de una manera o de otra, me fueron cayendo en las manos.
Después supe que los otros hermanos también eran artistas. Ana, cantante lírica. Alejandro y Juan Carlos, pintores. Su padre se llamó Rudolf Häsler y fue uno de los maestros del realismo europeo del siglo XX. El año pasado, por fin fui con Diana a su casa en San Cugat del Vallés. 
Comimos con toda la familia. Diana se quedó en la sala con su tía, Ana y Juan Carlos. Yo me fui a la biblioteca con Rodolfo. “Uno vive muchos años para recordar días como este”, le dije a Diana mientras conducía de camino a Calella de Palafrugell, donde nos estábamos quedando.
Fue aquella tarde que nos enteramos de que Televisión Española estaba realizando un documental sobre Rudolf Häsler. María Lola anduvo toda la casa enseñándonos los sets de la filmación. Ayer por fin lo vimos (estará disponible en la App de TVE hasta el 20 de abril). El capítulo cubano es devastador.
Rudolf nació en Interlaken, en 1929. Fue maestro de escuela y trotamundos antes de conocer en Andalucía al amor de su vida, una santiaguera que lo llevó a Cuba en 1957. Su luna de miel fue un recorrido de un mes por toda la isla. Suficiente para que se enamorara del país y decidiera quedarse. 
En 1959, cuando triunfa la revolución, Häsler cree haber encontrado por fin el sentido que tanto buscaba y le ofrece todas sus en energías a una utopía que lo enamoró tanto como María Lola. Lo nombraron Director Nacional de Artesanía del INIT (Instituto Nacional para la Industria Turística).
—Nadie preguntó, de nosotros, que más puedo ganar —recuerda Rudolf Häsler—. Todos preguntaban qué más puedo hacer por este pueblo. Esto es la liberación de su ego. La creatividad en favor de otros, es lo más glorioso que un hombre en su vida puede vivir. Es la felicidad completa.
Su cargo equivalía al de un viceministro y tenía una nómina de 5.000 empleados. Era, después de Ernesto Guevara, el segundo extranjero con más alto rango en el gobierno. Pero el romance de Häsler con la revolución cubana duró poco. Su caso se parece mucho al de Heberto Padilla, solo que no consiguieron que Rudolf se hiciera una autocrítica.
La primera vez que le pidieron al Suizo (como le llamaban todos, incluido Fidel Castro) que se vistiera de verde olivo, se negó. “Jamás me pondré un uniforme militar que no sea el de mi país”, respondió. A la segunda negativa, sospecharon que era agente del enemigo. A la tercera, lo dieron por sentado.
Trataron de condenarlo en un juicio 
—Uno de los días más horribles de mi vida fue el día que me acusaron de todo lo imaginable —reconoce Rudolf Häsler—. Las mentiras más grandes. He vivido todo lo que se puede vivir en un sistema de terror como el sistema comunista.
Eligió hacer su propia defensa en el juicio sumario. Logró salvarse del paredón y, gracias a la embajada de Suiza, escapar de Cuba con su familia. Así fue como los Häsler acabaron viviendo en San Cugat del Vallés. Cada pared de la casa cuenta la historia de una familia que ha elegido siempre, después del amor y el horror, la creatividad. 
—La vida es un regalo, un gran regalo —se le oye decir a Rudolf Häsler en los segundos finales del documental—. La persona es completamente libre de hacer de esto una mierda o una fiesta.
Para mí es una fiesta ser parte de la familia Häsler, compartir su historia.

Serie de sellos cubanos diseñados por Rudolf Häsler.

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