El jueves pasado me encontré con Alfonso Quiñones, ese querido poeta que siempre tiene un chiste inteligente o una frase demoledora para soltar en el saludo. Él fue quien me anunció que ese mismo día saldría “Kitipún”, el primer single del nuevo disco de Juan Luis Guerra.
A propósito, nos pasamos un largo rato hablando de la obra de Juan Luis, de lo que representaba para nosotros —de manera individual— y de su incontestable universalidad. Los dos coincidimos en que Ojalá que llueva café (1990) y Bachata rosa (1991),son dos de los más grandes discos grabados en el Caribe hispano jamás.
“Son el Pedro Páramo y El llano en llamas de nuestra música”, afirmó Quiñones (a los cubanos nos encantan escandalizar con las analogías) y yo estuve totalmente de acuerdo. Lleno de ilusiones, al cabo de tantas obras tan inmerecidos para el artista, nos frotamos las manos en espera de “Kitipún”.
Cuando por fin cayó en mi pantalla el video, me pasó lo mismo que con la mayoría de las producciones recientes de Juan Luis. En la medida que avanza el tema, me voy desesperando. Me angustia que ya no esté ahí el artista que tanto admiro y al que tanto le debo.
Aquel hombre que antes llegaba por sus propios pies y con toda naturalidad a la esencia de la identidad dominicana, para sacar de allí versos y ritmos que definen a varias generaciones; ahora parece viajar en un artefacto que va en reversa. ¿Será que mira a su alrededor por un espejo retrovisor?
Ninguno de los recursos del pasado funciona en “Kitipún”. Es como si uno asistiera a un espectáculo de magia del que ya se sabe todos los trucos. Es muy probable que sea un éxito, tanto el single como el álbum (con esa única intención parece estar hecho).
Pero ya solo es la voz y el sonido del genio, falta la esencia que lo hizo imprescindible en nuestras vidas. Mario Dávalos compartió hoy en la mañana un texto que acaba con un deseo: “Ojalá que vuelva Juan Luis”. Después de oír los desconcertantes latidos de “Kitipún”, a mí me bastaría que no se siga alejando.
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