El domingo en la tarde me puse a mirar la Loma de Thoreau desde el solar de enfrente. Primero repasé todo lo que hemos avanzado desde la noche en que llegamos por primera vez. Nada de lo que tenía delante estaba ahí hace dos años. Entonces pensé que me hubiera gustado enseñárselo a mi padre y a mi abuelo.
Mi padre, Serafín Venegas Nodal, y mi abuelo materno, Aurelio Yero Alonso, eran polos opuestos. El primero prefería la vida a la intemperie. Para el segundo no había mejor vida que la de su hogar (vivió siempre en estaciones de trenes, es decir, en el mismo lugar donde trabajaba).
Mi padre fue muchas cosas, desde guerrillero hasta pescador submarino, y en todo lo que hacía procuraba ser el mejor. Alardeaba de su talento como montero, pescador, carpintero, albañil, electricista, mecánico, plomero, chofer en carretera o timonel en alta mar.
Mi abuelo solo fue ferroviario. Dedicó toda su vida útil a los trenes y a la felicidad de su familia. Por eso, además de tener un farol y un itinerario, cultivaba el arroz y ordeñaba sus vacas. Solo era excesivamente cuidadoso con tres cosas: su mujer (mi abuela Altántida), su letra Palmer y las cercas de su potrero.
Mi padre oía música todo el tiempo. Mi abuelo siempre prefirió el sonido ambiente del Paradero de Camarones. Tengo incontables recuerdos de mi padre cantando a la Aragón por las calles de Manicaragua. No olvido las silentes lecturas de mi abuelo en su sillón de por las tardes.
Esta semana terminamos de cercar. El sábado me lo pasé poniendo los herrajes de las puertas. Con mis herramientas, corregí algunos errores del carpintero para que todo quedara perfecto. Mientras miraba la obra desde lo alto, me di cuenta de que en ella había tanto de mi padre como de mi abuelo, igual que en mí.
Seguí haciendo silencio por un largo rato. Luego empecé a cantar.
“Pregúntame cómo estoy.
¿Cómo estás?
¡Estoy muy bien!
Pregunten por qué estoy bien.
¿Por qué, por qué?
Porque tengo mi casita pintadita,
con cerquita, se ve de lo más bonita…”.
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