Un 12 de julio, hace 201 años, nació en Concord, Massachusetts, uno de los individuos que más me ha inspirado. Admito que no había leído una página suya hasta que Cintio Vitier me habló de él. Insistió en que buscara Walden o la vida en los bosques.
Por el Paradero de Camarones acababa de pasar un ciclón. Mi madre me llamó desconsolada. Había tumbado las dos matas de aguacates que sembró mi abuelo y una de limones criollos que no la dejaba llegar al pozo. Tuve que pasarme una semana entera limpiando aquel desastre.
De regreso a La Habana, me encontré con Cintio en la cola del pan. Le enseñé mis manos llenas de ampollas. “¡Estás hecho un Thoreau!”, me dijo con aquel raro tono que él tenía para ser cariñoso y burlón al mismo tiempo. No recuerdo cómo conseguí el libro, pero sí que por aquellos mismos días empecé a leerlo.
Suelo tener una obra suya a mano en los inodoros que uso, tanto la ciudad como en la Loma. Lo leo y lo releo casi a diario. Sus posiciones sobre muchas cosas me han ayudado a fijar las mías. Aunque no siempre nos ponemos de acuerdo, coincidimos en lo esencial.
Todos los libros suyos que tenemos están llenos de subrayados y hay más de Diana que míos. Ella también vuelve a él a menudo y solemos comentar algunas de las ideas con las que damos. No siempre llegamos a las mismas conclusiones, pero, como Henry David y yo, estamos de acuerdo en lo que realmente importa.
Por los días en que decidimos construir una cabaña en Quintas del Bosque, mi hija Ana Rosario me acababa de regalar una edición crítica de Walden. Tenía el libro en las manos cuando empezamos a buscarle un nombre a nuestra loma. Desde entonces jugamos a ser como él.
Hoy, a propósito de su cumpleaños, la editorial Errata Naturae compartió una frase suya. Creo que esa sola oración explica por qué le hago tanto caso: “No he prestado ningún juramento. No tengo un esquema para entender la sociedad, la Naturaleza o Dios. Soy, simplemente, lo que soy, o comienzo a serlo”.
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