El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, ha dejado pasar 48 horas sin dar la noticia de que ha muerto Rafael Alcides, uno de los más grandes escritores de Cuba. He vuelto a su página de Cultura una y otra vez en busca de esa nota que los cubanos, aún más que el poeta, merecen.
Reviso los titulares. Solo farándula, cursilería, panfletos: “Laura Pausini cantará junto a Gente de Zona”, “Marta Terry: libros, raíces y flores”, “Mayonesa casera”, “La ilusión de Fidel y el Che en un niño de 12 años”, “La alegría del circo se apodera de Cuba”…
El presidente de la Asociación de Chihuahuas , Miguel Barnet, quien también encabeza la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC), tampoco se ha pronunciado. Tan familiarizado parece estar ya con los instintos de los perros, que pasa por alto los de su propia especie.
El silencio de la dictadura ante la muerte de Rafael Alcides no es censura, porque en el mundo actual ese tipo de silencio es imposible. No ofrecer el más mínimo gesto de pesar por la pérdida de un cubano como los que Cuba merece, es mezquindad y cobardía.
Ya no hay manera de administrar el olvido, como tampoco de hacer creer lo increíble. Eso ya deberían saberlo ellos, que tanto tiempo pierden en averiguarlo todo. Como también deberían estar conscientes de la indiferencia y la repugnancia de los cubanos ante los símbolos que les restriegan a diario.
En las últimas 48 horas, durante el mismo periodo de tiempo que ha durado la omisión de Granma, he leído incontables muestras de dolor, admiración y gratitud por Rafael Alcides. Incluso algunos que laboran en instituciones del régimen, han expresado con honestidad y valentía lo que sienten.
Eso es suficiente. La Cuba que soñó Rafael Alcides, ese país que nos merecemos y por el que él dio y perdió todo, llegará más temprano que tarde. Agradecido como un perro, el poeta celebrará ese día feliz junto a cada cubano libre.
1 comentario:
Querido Camilo, los que amamos las letras libres, la cultura sin compromisos ideológicos y somos honestos, sabemos que el Maestro nos deja su obra para vivir siempre en nosotros; y como si fuera poco, nos enseñó a palpar la palabra dignidad, y con esa misma dignidad se despidió de esta vida, a pesar de las fatigas y dolores propias de la enfermedad. Nunca perdió la hidalguía, fue un mosquetero hasta su último aliento. Abrazos de tu hermano, Ángel Santiesteban-Prats
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