Encuentro en El Bohío. De izquierda a derecha: Alfonso Quiñones, Rafael Alcides, Miguel Coyula, Camilo Venegas, Marianela Boán y Alejandro Aguilar. |
La última vez que nos vimos fue en El Bohío, el apartamento donde Diana Sarlabous y yo vivimos en Santo Domingo. Nos lo trajo Alfonso Quiñones, quien había logrado que lo invitaran a un festival de cine donde se exhibió Nadie, el documental de Miguel Coyula que él protagoniza.
Cuando abrí la puerta me encontré a un hombre muy envejecido, pero parado con una firmeza escalofriante. Su vozarrón confirmó que era él. Me quedé paralizado, tratando de reconocer en aquel cuerpo frágil al tipo corpulento que había dejado en La Habana 20 años atrás.
—¿No me vas a dar un abrazo y un beso? — Como muchos campesinos cubanos, era besucón, cariñoso y de una ternura que jamás pudo esconder, ni siquiera en sus versos más agrios. Todo el tiempo que estuvimos abrazados se mantuvo dándome enormes manotazos en la espalda.
Lo conocí a principios de los años 80, el día que hallé La pata de palo (1967) en la librería San Carlos de Cienfuegos. Aquel manojo de poemas cambió mi manera de buscar y de encontrar la belleza en las palabras. Recuerdo que lloró cuando le dije eso (también era llorón, como todo guajiro que se respete).
Hizo lo que muy pocos tienen el valor de hacer. Renunció a todo para poder recuperar su libertad, desde el Premio Nacional de Literatura hasta la jabita con arroz, aceite y jabón que el régimen dispensa a los ilustres. Nunca más consiguió publicar una palabra en su país.
Aunque muchas de sus obras se perdieron sin que pudieran llegar a la imprenta, deja algunos de los más importantes libros de la poesía cubana. Su estoicismo frente a la opresión totalitaria, es un ejemplo de dignidad para los escritores y artistas cubanos.
Ya estaba dentro del ascensor, pero salió y abrió los brazos. “Un último abrazo, poeta”, me dijo. Además, me dio otro beso y otra larga tanda de manotazos en la espalda. De todos los que estábamos presentes aquella noche, era el más optimista y el que más hablaba del futuro.
La dictadura de Cuba ignoró tanto a Rafael Alcides, que lo convirtió en nadie. Y cuando nadie muere, morimos todos.
1 comentario:
Ño, de tranca poeta! Creo que se nos ha ido el más hidalgo, caballero y piadoso de los poetas cubanos, uno del siglo XVIII o XIX, que no alcanzó a aprender la tecnología de hoy día, porque para qué. Lo de él era amor, dar amor, con palmadas en la espalda.
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